Planes divinos

Mirad las aves del cielo. Que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
Mateo 6:26

¿Qué es lo que  nos invita a hacer Jesús en este versículo? ¿Te parece que  nos invita a no hacer nada? ¿O, más bien, nos invita a hacer lo que tengamos que hacer, pero sin preocuparnos? ¿Qué es lo que nos promete el Señor exactamente?

La característica principal de las personas que viven sin Dios –aun siendo cristianas de profesión– y también la de aquellas que pretendemos seguir nuestros planes sin la dirección del Espíritu Santo es que queremos tener todo bajo control. Corremos de acá para allá solucionando cosas, buscando salidas, solventando problemas y resolviendo todas las dificultades, con una angustia mental y una preocupación tan grande que es como si nos hubiéramos olvidado del poder guiador de la mano del Señor.

Se pierde mucho tiempo y mucha energía en ese vaivén. Incluso cuando se trata de la obra y los negocios del Señor, pensamos para nosotros: “Tengo que hacer esto y lo de más allá”. Se nos olvida el Señor y nos quedamos con sus negocios. Hacemos su trabajo sin encontrarnos con él y preguntarle qué es lo que quiere que hagamos.

La preocupación es sinónima de estar lejos de los brazos del Señor.
Naturalmente, esto no quiere decir que lo que deba hacer es acostarme de forma indolente y decir: “Bueno, Señor. Tú sabes todo lo que necesito. Mándamelo aquí a la cama”. ¡Por supuesto que no! Observemos el perspicaz mensaje contenido en el siguiente párrafo:

“Dejad que Dios haga planes para vosotros. Como niños, confiad en la
dirección de Aquel que guarda los pies de sus santos” (1 Sam. 2:9).

Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían si pudieran ver el fin desde el principio y discernir la gloria del designio que cumplen como colaboradores con Dios”.

El principio de vivir sin preocupación es dejar que Dios sea quien haga los planes. ¿Crees que pueden fallar? ¡Por supuesto que  no! Por lo tanto, como niños, sigamos su dirección. El fin será el mejor, el más perfecto.

¿Habrá una promesa mejor? Tu sabes que no.

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