El cimiento de tu trono

Justicia y derecho son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Salmo 89:14.

¿Te siente triste, solo y abandonado? ¿Crees que, porque caíste, el amor de Dios te abandonó y estás a merced de su justicia? Entonces, piensa acerca del versículo de hoy. La justicia, la verdad y la misericordia de Dios son la esencia de su propio ser y el fundamento de todas sus acciones. La Biblia afirma este concepto una y otra vez. En Dios, los tres atributos se fun­den; son uno, no existe división.
A los seres humanos nos resulta difícil entender esto porque, después de la entrada del pecado, nuestra naturaleza trae la división como parte de su estructura. Dividimos nuestro ser, nuestros sentimientos, nuestras intencio­nes; y, en consecuencia, dividimos el hogar, los valores y los principios, y los conceptos.

Al pensar en la cruz del Calvario, por ejemplo, cuántas veces decimos que allí se expresó el amor de Dios, para aplacar su justicia; pero, en Dios, su justicia y su misericordia jamás estuvieron una en contra de la otra. Todos sus actos estuvieron motivados por su amor, por su misericordia y por su verdad.
Pensemos en la primera escena dolorosa de este mundo, cuando Adán y Eva tuvieron que abandonar el Jardín del Edén por causa de su pecado. ¿Era la justicia de Dios la que demandaba que el ser humano abandonase el Jardín? Sí; pero era su misericordia, también. Permitir que el hombre caído continuase comiendo del árbol de la vida sería perpetuar el pecado, y enton­ces el ser humano viviría eternamente la tragedia del dolor y de la muerte. Por lo tanto, en aquel momento crucial y a lo largo de la historia, el amor, la verdad y la misericordia divinas siempre actuaron juntas.
Inútilmente, algunos cristianos sinceros pretenden mostrar al Dios del Antiguo Testamento como el Dios de la justicia y, al del Nuevo Testamento, como el Dios del amor. ¿Qué tipo de Dios sería ese, que alterase su manera de ser? Dios es eterno, y en él no existe mudanza ni sombra de variación. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Sal esta mañana, a cumplir tus deberes, seguro de que caminarás a la luz de la verdad, amparado por la justicia del Padre y protegido por su miseri­cordia, porque “justicia y derecho son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro”.

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