Con la mirada en el gran cielo

miradacieloPor Tonya Stoneman :

Lo llaman el estado del gran cielo, porque el cielo de Montana ocupa dos tercios del paisaje. A pesar de las imponentes montañas que se extienden por kilómetros, y de las inmensas planicies cubiertas de hierba, el cielo luce infinito.

Descomunales cúmulos de nubes proyectan sombras gigantes en la pradera. Cuando viajo de Roundup a Grass Range, me siento como si estuviera conduciendo en una película en formato IMAX. Si bien me abruma el paisaje, no me hace sentir insignificante. El aire frío y vigorizante, los abetos y los viejos postes de teléfono me recuerdan tanto mi hogar, que caigo rápidamente en un estado de nostalgia. Es una pradera abierta, por lo que tengo que detenerme cada cierto tiempo para dejar que las vacas o los venados crucen la carretera.
Ahora vivo en la ciudad, y no quiero regresar. Quisiera empacar mis cosas y mudarme para acá. No es la primera vez que me he sentido así, y ya estoy temiendo el proceso de “reincorporación” a la ciudad cuando termine mi visita.

Estoy aquí para ver a mi mejor amiga de la infancia. Celeste y yo nos hemos visto sólo una vez en los últimos 12 años, a pesar del hecho de que éramos absolutamente inseparables.

El verano pasado, cuando estaba yo pasando un tiempo peculiarmente horrible en París, recibí un correo electrónico. Mi familia no había podido ponerse en contacto conmigo, por lo que este fue su único medio de comunicación. Mark, el esposo de Celeste, había muerto trágicamente mientras levantaba pesas una tarde. El funeral había tenido lugar mientras yo estaba de vacaciones en una isla, sin teléfono.

Después de llorar, la llamé. Su voz sonaba fuerte y segura cuando respondió, pero se le quebró cuando le dije que era yo. Lloramos juntas, y después me dijo que estaba preocupada por sus bebés. Dijo que la mañana siguiente a la muerte de Mark, había despertado sintiendo su calor a su lado en la cama, pero se dio vuelta y no estaba allí. Entonces se puso la bata de él y salió a la terraza donde solían tomar el té juntos en las mañanas.

Yo estaba afligida por mi buena amiga, y sentí que no estaba cumpliendo con mi deber de estar allá con ella para aliviar su dolor. Salí a dar un paseo por los jardines cerca de mi apartamento. Quería compartir con ellos, Mark y Celeste, la belleza que había a mi alrededor. Los cafés, la música, las calles empedradas —imaginando que ellos estarían disfrutando todo esto. Dondequiera que miraba, los veía a ambos. Mi mente no podía evocar una imagen de ella sin él. Convinimos en que iría a Montana en el otoño, cuando todas sus amistades se hubieran marchado y necesitara compañía.

Las dos horas de viaje en automóvil hasta su casa, eran un tiempo en el que podía poner un poco de quietud en mi agitada vida. Llevaba café, en caso de que la gente del campo no tuviera esta “cosa tan buena”, pero no debí haberme molestado. Al remontar la cima de una colina y descender a un valle, veo un cartel gigante de 6 metros de altura en el horizonte. Es, literalmente, el único indicio de civilización, fuera de las cercas y las carreteras. Está lejos, pero es lo suficientemente grande para leer desde la distancia: CAFÉ EXPRESSO. “Tienes que estar bromeando”, digo, como si alguien puede escuchar. Este café es algo fabuloso.

Lo normal antes era que Celeste y yo cayéramos en la familiar rutina de hablar durante horas y horas, pero ya no es así. Ahora tenemos 40 años de edad, Mark ha muerto y todo es completamente diferente. Nos reunimos con su hermana menor, que vive en una finca de 9.000 hectáreas. Tiene unas 600 vacas, y su huerto es más grande que mi casa. Me dice que su meta es pasar el invierno sin tener que comprar ni una sola verdura en el supermercado. Nos reímos recordando las locuras que hacíamos juntas; yo había olvidado todos estos recuerdos. Había olvidado cómo reír así. Siento envidia de mis amigas, de su vida serena y sencilla, y de su camaradería. Están dichosamente libres de los vanos afanes de la sociedad. Ninguna de ellas tiene un televisor. Después de la cena, se toman un café y se quedan alrededor de la mesa. Nadie tiene prisa.

Sus platos y sus estufas para cocinar están gastados, tan usados que se ven elegantes. Los platillos y las tazas tienen historias que contar. Nada combina. Pienso en mi egocéntrico mundo que dejé atrás, y en la molestia que me produce la mezcolanza de los cubiertos. Todas mis amigas tienen los platos de cocina más modernos. (Lo curioso, sin embargo, es que sus comidas no son las mejores). Es una tontería pensar en estas cosas, pero lo hacemos todo el tiempo. Ya sea que nos obsesionemos por nuestros platos, o por nuestras profesiones, casas, cuentas bancarias o amistades, ponemos nuestras esperanzas en las cosas.

No es necesario identificar lo que capta específicamente nuestra devoción. El punto es lo que representan estas cosas. Son objetos de nuestro deseo, y pueden convertirse rápidamente en anhelos. El Dr. Zhivago quiere liberarse de la cárcel a la que ha sido desterrado por su país devastado por la guerra, y tiene una aventura amorosa para saciar su corazón necesitado. Jay Gatsby quiere ser un aristócrata. Y compra una hermosa casa antigua, autos lujosos, y ropa fina, para convencer a los demás de que lo es. El capitán Ahab quiere vencer a su adversario, en busca de la victoria, persigue a la ballena blanca y encuentra su tumba en el agua. Ninguna de estas personas encuentran lo que realmente querían, pero todas mueren tratando de lograrlo.

Conduzco a través de las nevadas montañas de Montana, queriendo vivir en un mundo que satisfaga mi deseo de belleza; queriendo tener amistades íntimas y un trabajo que me vigorice; queriendo ser libre del estrés, de las comparaciones y de la banalidad. Ansío el estímulo de saber que importo mucho. Pero estoy muy segura de que, al igual que los personajes que leí, no encontraré lo que estoy buscando mudándome al otro lado del país.

Una amiga que no se ha casado, me dijo hace poco: “La mayoría de los cristianos tienen un lugar en su vida en el que experimentan algún tipo de anhelo. Ya sea tener esposo o esposa, un hijo o una hija, una carrera, la relación con un padre o una madre, seguridad financiera, empezar de cero, curarse de una enfermedad, verse libre de una adicción, o escapar de un país comunista (ella es cubana)… lo que sea… ¿Cómo puede enfrentar un creyente, de una manera agradable a Dios, los deseos no correspondidos? ¿De qué manera podemos confiar en Dios, se cumpla o no ese anhelo en nuestra vida? ¿Y de cómo está Dios utilizando todo para acercarnos más a Él? Eso es lo que necesitamos saber”.

Es muy fácil idealizar la vida de otras personas. Pienso en los días que pasé viviendo en Francia sintiéndome infeliz. A pesar del admirable mundo que había a mi alrededor, me sentía sola allí. Mi escaso conocimiento del idioma me hizo difícil relacionarme con los demás, y hasta las tareas más normales eran las más difíciles. Al mismo tiempo, recuerdo el día que abandoné las montañas de mi juventud a cambio de una ciudad, pensando que las peñascos y los arroyos no podían confortarme de la manera que podía hacerlo la gente.

¿Se siente una persona en casa mientras vive aquí en la tierra? Mi pastor dice que tener intimidad con Dios es vivir en el presente. Por la manera que lo dice, Dios no está en nuestros recuerdos ni en nuestras fantasías, sino aquí frente a nosotros. Se nos escapa la vida cuando vivimos en el pasado o en el futuro.

Celeste me lleva a ver la tumba de Mark, algo que yo había esperado con nerviosismo. Está enterrado debajo de un robusto arce, a pocas cuadras de su casa. Ella puede ir a visitar la tumba cada vez que quiera. La última morada de Mark es tranquila, y ella no llora cuando estamos allí. Estoy segura de que Mark estaría a gusto con esto.

Celeste me hace una taza grande de sopa de carne y vegetales, me sirve una y otra vez tazas de té de Paris, y hasta manda a darme un masaje (aunque tiene poco dinero). Me sorprende que mi querida amiga no pueda dejar de servirme, a pesar de que soy yo quien ha venido a ayudar. ¿Será que puede ver, en realidad, el vacío que hay en mí? ¿O es sólo que está tan llena de amor, que derrama gracia, aun en su momento de necesidad? En muchos aspectos, estoy celosa de Celeste. Aunque parezca mentira, tengo envidia de mi amiga que acaba de perder a su marido y que enfrenta el futuro sola. Es que ha aprendido a tener intimidad con Dios en este mundo lleno de deseos no correspondidos. Hay verdadera paz en su alma.

Creo que esto proviene de todos los años que ha pasado con Dios, un poquito de tiempo cada día. Por las noches, cuando los niños están en la cama, se sienta en la sala de su casa, lee la Biblia y ora. Él se ha convertido en su buen amigo, en alguien que se queda con ella cuando todos los demás se han marchado. Celeste lo ve en todas partes —en nuestras caminatas vespertinas; en los vecinos que ayudan en las reparaciones de su casa; en las canciones de su cantante preferida—, y siempre da gracias a Dios por su fiel provisión para con ella.

Al hacer el largo viaje de vuelta a mi casa, decido llevarme conmigo algo de ella: me fijaré en las señales de Dios a lo largo de la carretera. En mi rostro se dibuja una sonrisa, una vez más, cuando paso junto al cartel del café expresso de la carretera 87.

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