Cuando somos persiguidos

perseguidosPor Charles F. Stanley:

Todos queremos ser respetados, aceptados y amados. En realidad, a nadie le gusta tener conflictos, ni ser atacados injustamente. Sin embargo, la realidad es que vivimos en un mundo donde hay dos fuerzas opuestas —el bien y el mal—, de modo que los conflictos no deben sorprendernos.

El apóstol Pablo hablaba por experiencia propia cuando escribió a Timoteo que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti 3.12). Jesús dijo claramente a sus discípulos: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15.20).
A menudo, cuando tratamos de obedecer la guía de Dios, enfrentamos persecución de parte de jefes, maestros, vecinos, compañeros, o incluso de hermanos de la iglesia. A veces, el origen del ataque pueden tomarnos por sorpresa: alguien que creíamos que era nuestro amigo de repente puede cambiar y convertirse en nuestro enemigo.

¿Cómo quiere Dios que reaccionemos ante algo tan doloroso?
He conocido a personas que realmente han sido perseguidas por causa de la justicia de una manera que me admira e inspira. Con los años, Dios me ha enseñado cómo hacer frente a este tipo de cosas.
Un año después de haber llegado a Atlanta como pastor asociado de la Primera Iglesia Bautista, el pastor principal renunció bajo la enorme presión de un grupo que quería que se marchara. Vi suceder esto, y pronto entendí que querían hacer lo mismo conmigo. Decían que yo no tenía la experiencia ni la capacidad para manejar esta iglesia, y que mi predicación los tenía molestos. Querían un club social, no una iglesia.
El grupo quería que me fuera; me acusaron de cosas terribles, tratando de indisponer a todos contra mí. Llevaban a los miembros del comité a comer para convencerlos de que me despidieran.
Día tras día, oraba de rodillas y le decía al Señor lo mucho que lo necesitaba. Sabía que Él me había llamado a estar en esta iglesia, pero sentía como si estuviera librando una batalla perdida. Le decía: “Señor, por lo que veo, simplemente no hay manera de que pueda ser el pastor de esta iglesia”. Pero en medio del conflicto —a través de mi dolor y mi confusión— Él me mostró cómo quería que yo respondiera a la persecución. Aprendí cinco cosas que lo cambiaron todo.

Considerar todo lo que se presente como algo que Dios va a usar con un propósito superior (Ro 8.28). Esto evitará que usted se convierta en una persona resentida, hostil o vengativa. Si el Señor permite que algunas personas le hieran, véalas como un instrumento de Él, porque Dios tiene algo más grande en mente para bendecirle. El control no lo tienen esas personas, sino Dios. Recuerdo que me dijo con claridad: “Yo estoy creando todas las circunstancias para mi gloria, y para tu bien. Tendrás que confiar en mí. No pelees. No te defiendas. Sólo confía en mí”. Todavía hoy, esas palabras significan mucho para mí, porque en todo lo que he enfrentado desde entonces, Él ha sido siempre el mismo Padre amoroso y fiel.
En cierto momento, durante una reunión de asuntos de la iglesia, un hombre, que era parte del principal grupo opositor, vino para hablar sobre el “daño” que yo le estaba haciendo a la Primera Iglesia Bautista de Atlanta. Cuando terminó, se cuadró y me golpeó en la mejilla con el dorso de la mano. Una hermana, saltó de su asiento, y le dijo: “¿Cómo te atreves a golpear a mi pastor?” Increíblemente, eso no me molestó porque acababa de leer Isaías 54.17: “Ninguna arma forjada contra ti prosperará”. Resultó ser lo mejor que pudo haber pasado, porque reveló cuán fuera de control estaban las personas que me odiaban. Aunque hubo más oposición que tuve que enfrentar después, ese grupo se marchó apenas diez días después.

Mantener el enfoque en el Señor, pase lo que pase. Si no lo hace, reaccionará negativamente. Si usted permanece centrado en Dios, las cosas que Satanás utiliza para distraer su atención no tendrán el poder de paralizarle. Ya no escuchará las voces falsas o acusadoras a su alrededor. En Isaías 41.10, Dios nos asegura: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes”. Satanás intensificará la oposición porque quiere que usted piense que la situación es peor de lo que es en realidad.
Cada domingo, cuando venía a la iglesia, sabía que había unas 300 personas que querían librarse de mí. Una mañana, alguien llenó el santuario con panfletos que hablaban mal de mí. Por tanto, fui directamente a orar, caí sobre mi rostro, clamé a Dios, y centré mi atención en Él. Por extraño que parezca, cuando volví al santuario sentía que todo el mundo me amaba. Toda la animosidad fue borrada por el amor del Padre celestial; no importa lo que dijeran o hicieran mis atacantes, no sentía ningún resentimiento o temor. El Señor me había cubierto por completo.
Un domingo, vine al servicio matutino sin un sermón. Yo había planificado el mensaje para el servicio de la noche, pero cuando empecé a preparar el de la mañana, sentí que Dios me decía que lo echara a la basura, y que sólo me concentrara en Él. De modo que no tenía nada preparado, y todos mis “enemigos” estaban allí sentados, esperando atraparme. Tomé la Biblia, y Dios me guió a Proverbios 3.5: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”. Me concentré en el pasaje, y durante 40 minutos las palabras salieron de mí como un torrente. Era como si el Espíritu Santo se hubiera apoderado de mi persona. Cuando di la invitación al final, hubo personas que se marcharon, y otras que pasaron al frente para ser salvas o unirse a la iglesia. Más tarde, mis opositores me acusaron de “lanzar una bomba atómica” con mi sermón. Todo lo que pude pensar fue: “¡Échenle la culpa a Dios!” Ese sermón que Él me dio, movió a la gente a apoyarme. Si no hubiera puesto mi mente en el Señor semana tras semana, eso no habría ocurrido. No podría haberlo hecho; habría estado muerto de miedo de pararme al frente sin tener un sermón.

Confiar en el poder de Dios por completo. Los conflictos, la persecución y la guerra espiritual pueden consumir sus energías físicas, emocionales y espirituales. Usted se va a la cama pensando en ello. Sus “enemigos” saben que tiene debilidades, por lo que estarán pendientes de la primera y más pequeña señal de miedo. Cuando la vean, vendrán contra usted como un rebaño de ganado en estampida. Usted puede estar perfectamente en lo correcto, pero la presión puede hacer que dude del poder de Dios en su vida. Es allí cuando el enemigo comenzará a atormentarle, diciendo: “Dios no va a protegerte. ¡Estás solo!” Usted tiene que rechazar esa clase de pensamientos, y abrazarse al poder de Dios.
En ese momento de mi vida, sentía que no tenía a nadie sino a Dios. No sabía quiénes eran mis amigos, porque éstos parecían cambiar cada semana. Pero el Señor me enseñó que dependía absolutamente de Él, y que lo único que yo podía hacer era confiar en su poder. En el Salmo 28.7, el Rey David reconoce al Señor como la única fuente de su fortaleza, y la única defensa que necesitaba frente a los ataques feroces. De nuevo, en el Salmo 61.2-4, este guerrero expresa su total dependencia: “Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas”.

Reconocer que se está librando una batalla espiritual.
Es importante entender la naturaleza de la batalla en que se está. Haga un inventario de la situación, y pregúntese:
¿Tendrá esta batalla algún efecto sobre la obra de Dios?
¿Estoy en el lugar donde el Señor me quiere, haciendo el trabajo que Él quiere que haga?
¿Es bíblica mi posición, y estoy haciendo realmente algo que Dios me ha llamado a hacer? ¿O mi objetivo principal está basado más bien en mi opinión o preferencia personales?
¿Qué está en juego si abandono la lucha o me mantengo en ella —si “gano” o “pierdo”?
¿Cómo se verán afectados otros por mi respuesta a esta persecución?… ¿o por su resultado final?
¿Voy a ser yo glorificado en esto, o toda la gloria será para Dios?
A veces, “ganar” no significa correr a alguien. Es, más bien, ser capaz de resistir y seguir avanzando, sin defenderse, atacar o procurar vengarse. Muchas veces, ganar es simplemente mantenerse firme (incluso en silencio si es necesario) para reforzar el testimonio de Dios. Pablo dijo a los creyentes: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne” (Ef 6.10-12). No dijo: “¡Lancen un ataque contra sus enemigos!”, sino “estad firmes”. El Señor es el que libra la batalla; a usted le corresponde estar firme. Por supuesto, debe tener cuidado de no manipular las circunstancias. Pero si está realmente en el lugar donde Dios le ha llamado, entonces no se dé por vencido —cueste lo que cueste.
Antes de que tuviéramos el radar y otras tecnologías de la comunicación, los marineros tenían poca o ninguna advertencia en cuanto a cuándo se avecinaba una tormenta. Pero cuando encontraban mal tiempo se ataban al mástil de la nave, para que las olas que inundaban la cubierta no los arrojaran al mar. Este es un ejemplo perfecto de lo que Dios quiere que hagamos en medio de una batalla espiritual. Cuando estamos unidos a Él firmemente, decididos a no ser movidos hasta que pase la tormenta, desarrollamos tal unidad con el Señor, que Él tiene completa libertad para actuar como le plazca. No tenemos que tener miedo. Más bien, confiar en el Señor, creyendo que Él está haciendo, en verdad, algo fantástico. Recuerde que no tenemos que luchar con nuestras propias fuerzas. Dios dice: “No te desampararé, ni te dejaré” (He 13.5).

Confíe en que saldrá victorioso. Podemos confiar en que ganaremos todas las batallas que Dios permite en nuestras vidas, por su absoluta soberanía, no por nuestra fortaleza, sabiduría o experiencia. Porque Él es soberano y Él tiene todo en perfecto control. Si usted elige creer que es una víctima de las personas y de las circunstancias, está diciendo, en realidad, que ellas tienen más control sobre su vida que Dios. Pero si está caminando en obediencia con el Señor, todo lo que Él permite será, al final, para bien suyo y para gloria de Él (Ro 8.28).
Cuando Pablo escribió: “Somos más que vencedores”, implicaba que cuando salimos de la batalla, tenemos más de lo que teníamos antes de entrar en ella (Ro 8.37). Ahora tenemos una mayor comprensión de Dios, de su gracia y de sus caminos, sabiendo que nada puede alterar su omnipotencia, su sabiduría absoluta, o su amor (vv. 26-39). Cuando usted llega a esa conclusión, y la cree de verdad, se vuelve plenamente libre. Si cree que el Señor es soberano, y se ha consagrado a Él, ¿por qué preocuparse? Nada podrá dañarnos, si Él no lo permite.
Es por eso que podemos “ganar”, aunque el mundo piense que estamos derrotados. El mundo nos dice que manipulemos las circunstancias, o que huyamos. Pero nuestra responsabilidad es, obedecer y confiar en que nuestro maravilloso, amoroso y soberano Padre celestial cuidará de nosotros.
Día tras día, oraba de rodillas y le decía al Señor lo mucho que lo necesitaba.

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