ESCOGIDOS PARA SER SANTOS

Escogidos para ser santos

Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia (Colosenses 3: 12

CUANDO UNA PERSONA ES JUSTIFICADA por la gracia de Dios, es “considerada” justa, no como una ficción legal, sino como alguien que ha recibido la justicia de Cristo en forma efectiva. Al ser declarada justa, por haber aceptado a Jesús como Salvador personal, inicia un sendero que llamamos carrera cristiana. Es en realidad una lucha, una batalla constante con el mal interior y exterior, que no se termina nunca. Esto es lo que llamamos santificación: El proceso por el cual somos hechos santos cada día.
Así como en la Biblia a los que son justificados se los llama justos, a los que entran en el proceso de la santificación se los llama santos: «Les escribo a todos ustedes, los amados de Dios que están en Roma, que han sido llamados a ser santos» (Rom. 1: 7). «Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso» (Efe. 1: 1). «A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo» (1 Cor. 1:1).
El término «santo» llegó a ser el apelativo preferido por los apóstoles para referirse a los que se habían convertido en cristianos. Pero de ninguna manera se usaba en términos absolutos, ni se refería a ninguna élite de cristianos en particular. Era una referencia a todos los que entraban en la carrera cristiana y hacían profesión de fe genuina en Cristo. Santo no era el que había alcanzado una norma o estatus de santidad determinado, sino el que estaba en la carrera. Posteriormente, el término se desvirtuó para referirse a alguna persona en particular, a quien se la consideraba especialmente santa. Esto hizo que el término fuera despojado de su uso bíblico y se restringiera su aplicación.
Reflexionemos en estas palabras: «Si cultivamos el bien, las tendencias objetables no obtendrán supremacía, y finalmente seremos considerados dignos de reunirnos con la familia celestial. Si queremos ser santos en el cielo, debemos ser santos en la tierra» (A fin de conocerle, p. 280).

La santidad, un faro en el horizonte

Él transformará nuestro cuerpo miserable para que sea como su cuerpo glorioso, mediante el poder con que somete a sí mismo todas las cosas (Filipenses 3: 21).

ACAUSA DE QUE LA SANTIFICACIÓN es un proceso, y que los que entran en él son llamados santos, resulta errado que alguien proponga que el que no sea absolutamente santo no podrá entrar en el reino de Dios. O peor aún, que alguien diga que ha llegado al punto en el cual ha alcanzado el límite de la santidad. La santidad es un faro iluminador ubicado en el horizonte, al que miramos para saber dos cosas: una, que estamos en camino; dos, que nunca llegaremos a él a menos que Dios supla lo que nos falta.
Ciertamente hay un blanco de santidad que alcanzar. Es decir, tenemos un ideal que se coloca delante de cada uno para que sirva de guía y estímulo a fin de seguir en la lucha. La Biblia es clara: «Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: “Sean santos, porque yo soy santo”» (1 Ped. 1: 15, 16). «Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él» (Efe. 1: 4). Ese es el ideal que se coloca ante los santos.
Sin embargo, es legítimo que se haga las preguntas: ¿Es posible alcanzar ese ideal? ¿Es posible llegar a ser santo como Dios? En esta vida y desde el punto de vista humano, no es posible. Somos seres caídos y vivimos en un mundo corrupto y malo. No podemos ser absolutamente santos y perfectos. Entonces, ¿por qué Dios coloca un ideal, un blanco ante nosotros que no podemos alcanzar? La respuesta es que lo podemos alcanzar, pero solamente en Cristo. Así como somos justos en Cristo, del mismo modo somos santos en él. Pero no solo entramos en el camino de la santidad y somos llamados santos en Cristo. La verdad es que algún día se cumplirán estas palabras: «Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2).

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Mayo, 12 2010

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