HERENCIA DE PECADO

Herencia de pecado

Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios (Romanos 3: 23).

PUESTO QUE SE REQUIERE ESFUERZO PERSONAL para decidir pertenecer a la familia de Cristo, y frecuentemente esto no se puede hacer sin dolor y quebranto, vale la pena reflexionar sobre las implicaciones que tiene ser miembro de la familia de Cristo, o quedarnos en la familia de Adán.
En días anteriores reflexionábamos que al pertenecer a Cristo, recibimos una herencia invaluable e infinita: Llegamos a ser herederos y coherederos con Cristo. Para saber realmente lo valioso que es cambiarnos de familia, veamos brevemente cuál es la herencia que recibiremos de cada una.
De parte de la familia de Adán, ya hemos recibido parte de su herencia. El apóstol Pablo lo describe así: «Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo» (Rom. 5: 12). «Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores» (vers. 19). El apóstol nos dice que el pecado de Adán no se quedó con él. Fue como un virus terrible que lo infectó todo. El pecado se propagó por todo el mundo y afectó a todos. La desobediencia de Adán pasó a todos sus descendientes. Como resultado de su transgresión, todos fuimos constituidos pecadores. La realidad espiritual es que «no hay un solo justo, ni siquiera uno» (3: 10). Así que, la primera herencia triste que Adán nos pasó fue convertirnos en pecadores.
Cuando el apóstol habla de este hecho, no nos explica cómo es que el pecado, algo intangible y abstracto, puede pasarse por descendencia. No dice que fue por las leyes de la herencia, que de paso eran desconocidas en su tiempo. Tampoco explica que fue por imitación, o sea que Adán nos dio un mal ejemplo que todos luego seguimos. El apóstol se concentra solo en el hecho de que Adán fue el primer hombre; los que nacimos de él, somos iguales que él. Como padre y representante de la raza humana, pecó, y por lo tanto todos en él.

Herencia de condenación

El juicio que lleva a la condenación fue resultado de un solo pecado (Romanos 5: 16).

SER CONSIDERADOS PECADORES, y que nada pasara, no sería una herencia tan mala, tal vez. El problema fue que el pecado de Adán no fue inocente. Hay cinco palabras que el apóstol usa para describir lo que hizo Adán. La primera es la palabra “pecado”, que significa yerro, falta, o error. Adán cometió una falta muy seria. La segunda palabra que el apóstol usa para hablar del pecado de Adán es “desobediencia”. Quiere decir que sabía lo que estaba haciendo, y era consciente de ir contra la voluntad de Dios. La tercera palabra con la que Pablo describe el pecado de Adán significa “transgresión”. Esto implica que a Adán, como sabemos, se le dio un mandamiento específico, y claro, él lo violó, lo pisoteó. No fue un error cometido solo por ignorancia, sino con desdén. Fue una falta intencional.
El cuarto término describe aún más la gravedad de su pecado, ya que se traduce como “rebelión”, iniquidad. Esto quiere decir que no solo fue intencionado sino que lo hizo como un acto de rebeldía y oposición. Finalmente, la quinta palabra nos dice que su pecado involucró una “caída”. Como resultado de su yerro, desobediencia, transgresión y rebelión, Adán cayó del favor de Dios. Cayó de la condición de pureza a una condición de pecado. La herencia que nos transmitió no fue una caída ligera, sino estrepitosa.
Podríamos decir que Adán cayó en un foso grande, ancho y profundo. Es el pozo del pecado, y que ahí nacimos todos los seres humanos. Nos revolcamos en ese fango sin esperanza de algo mejor, porque nos acostumbramos a vivir en la podredumbre del mal. Esta es la herencia triste de nuestro padre Adán. Y esta es la razón por la que fue condenado; y junto con él, todos nosotros.

Que Dios te bendiga,

Diciembre, 11 2010

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