La verdad no se cambia

La verdad no se cambia

Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén (Romanos 1:25).

DURANTE LA TEMPRANA Edad Media se introdujo en la fe cristiana, primero, la adoración de imágenes, y después, el culto a los mártires y santos. Es muy difícil que se pueda justificar tal cosa delante de los dos primeros mandamientos.
Entonces, ¿cómo es posible que se aceptara tal violación de estos mandamientos a la luz de la Palabra de Dios, en la cual la fe cristiana se fundaba? Tuvo que comenzar de una manera paulatina e inocente. Los grandes errores han comenzado así.
La adoración de imágenes fue finalmente instituida en el segundo concilio de Nicea, en 787 d.c. Notemos: «El culto de las imágenes […] fue una de esas corrupciones del cristianismo que se introdujeron en la iglesia furtivamente y casi sin que se notaran. Esta corrupción no se desarrolló de un golpe, como aconteció con otras herejías, pues en tal caso habría sido censurada y condenada enérgicamente, sino que, una vez iniciada en forma disfrazada y plausible, se adquirieron nuevas prácticas una tras otra de modo tan paulatino que la iglesia se vio totalmente envuelta en idolatría no solo sin enérgica oposición, sino sin siquiera protesta resuelta alguna; y cuando al fin se hizo un esfuerzo para extirpar el mal, resultó este por demás arraigado para ello […]. La causa de dicho mal hay que buscarla en la propensión idolátrica del corazón humano a adorar a la criatura más bien que al Creador» (El conflic­to de los siglos, p. 738).
Los teólogos católicos han justificado esta práctica alegando que hay una diferencia entre adoración y veneración. Dicen que a Dios se lo “adora”, pero que a las imágenes y a los santos se los “venera”. Sabemos que en la práctica es imposible distinguir la una de la otra.

El tercer mandamiento

No pronuncies el nombre del Señor tu Dios a la ligera. Yo, el Señor, no tendré por inocente a quien se atreva a pronunciar mi nombre a la ligera (Éxodo 20: 7).

ORIGINALMENTE, DIOS NO SE REVELÓ con ningún nombre a su pueblo. Su designación bíblica antigua es “El o Elohim”, que significa «Dios», un nombre genérico para la deidad. Luego, Dios se reveló con nombres que enfatizaban sus atributos o características: “El Shaddai, Dios Todopoderoso; El Elyon, El Altísimo; Adonai, El Señor”.
Cuando llamó a Moisés para sacar a su pueblo de la esclavitud egipcia, se introdujo con un nuevo nombre. Este nuevo nombre aparece con cuatro consonantes: YHWH. Como el texto hebreo se escribía solo con consonantes, con el tiempo se perdió su pronunciación para proteger su santidad. Decir «Jehová», como se hizo común en castellano, es incorrecto. Debió haber sido Yahweh o Yahvé. Este nombre se considera una variante del verbo hebreo «ser», o «llegar a ser». Así que debe significar algo así como «El que es», «El que hace existir». Por eso, Dios le dijo a Moisés: «Yo Soy el que Soy». Moisés debía decir al pueblo: «Yo Soy me ha enviado a vosotros». Esto enfatizaba la eternidad de Dios. Se nos dice: «YO SOY significa una presencia eterna. El pasado, el presente y el futuro son iguales para Dios» (A fin de conocerle, p. 14).
Jesús aplicó esta expresión «Yo soy» a sí mismo en varias ocasiones y con distintos propósitos: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14: 6). «Yo soy la puerta» (Juan 10: 7,9). «Yo soy el buen pastor» (Juan 10: 11,14). «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8: 12; 12: 46). «Yo soy la vid verdadera» (Juan 15: 1, 5). «Yo soy el pan de vida» (Juan 6: 48). «Yo soy la resurrección y la vida» (Juan 11: 25). En el libro de Apocalipsis se presenta como «Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (22: 13). Con estos títulos, Jesús decía que él era el Yahweh del Antiguo Testamento.

Que Dios te bendiga,

Junio, 06 2010

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