Compasión Divina

Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Mateo 14:14.

¿Alguna vez te has preguntado cómo el Señor Jesús podría entender tu sufrimiento humano, si él es un ser divino? El texto de hoy habla de la compasión divina. Jesús se compadeció de la multitud aquella mañana, en Capernaum, y se compadece también de ti, hoy. Pero, esa compasión no es pena. Jesús no siente pena de ti: la “compasión” mencionada aquí es, más bien, empatía; la capacidad de entender el drama del ser humano. La pala­bra, en el original griego, es splagnizotnai, que literalmente significa “mover el contenido de una olla”. Esto es, los sentimientos de Jesús fueron movidos como por un remolino, al observar el dolor de los hombres.

 
Jesús tiene la capacidad de entender tu dolor, porque un día se hizo hombre. No se disfrazó de ser humano: se volvió semejante a nosotros. Cargó, en su cuerpo, la naturaleza física deteriorada por cuatro mil años de pecado; sintió dolor, hambre, frío, sed y calor. Fue rechazado, traicionado, despre­ciado y, al fin, muerto injustamente. ¿Por qué no podría, entonces, entender el dolor que sientes en este momento, porque alguien te traicionó? ¿Por qué piensas que se mantendría indiferente al sufrimiento que se apodera de tu corazón cada vez que te menosprecian?

 
Me emociono cada vez que pienso en el amor maravilloso de Jesús por mí. Nada soy; nada merezco. Y, sin embargo, él es capaz de entender las acri­tudes de mi corazón, y de extenderme la mano cada vez que me siento solo.
El problema es que, a fin de estar seguro de su amor, incluso en las horas de tristeza, necesitas conocerlo. Y no es posible conocer a alguien con quien no convives. ¡Convivir con Jesús! Esa es la clave de una vida feliz, aun en medio de las tormentas.

¿Cómo se convive con Jesús? Separando todos los días tiempo para me­ditar en su amor, como lo estás haciendo hoy. Ora, lee la Biblia, gasta tiempo meditando en su vida y en su amor. Y, al terminar esos momentos a solas con Jesús, verás que, aunque tu cielo parezca oscuro, el Señor colocará en tu corazón una fuerza capaz de andar por encima del mar, o de pisar las espinas que encuentres en tu camino.

Haz de este un día de confianza en Jesús. Deposita sobre sus hombros las tristezas de tu corazón, no tus responsabilidades. Después de haberlo hecho, parte para enfrentar los desafíos de un nuevo día, recordando que, un día, “saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos”.

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