Ministrar al Señor – Tercera Parte

Lucas 17. 7-10 nos dice claramente qué va detrás del Señor. Hay dos clases de obra a la cual se hace referencia aquí, arar el campo y apacentar el ganado, ambas ocupaciones muy importantes.

Ciertamente, el Señor dice que siempre que un siervo regrese de  tal trabajo, se espera que él provea lo que proporciona la satisfacción de un amo, antes de sentarse a la mesa para gozarse con su alimento. Cuando hubiéremos  regresado de nuestra faena en el campo, quedaremos aptos para reflexionar  complacidamente sobre el mucho trabajo que hubiéremos aparejado.

Pero el Señor nos dirá: “Ceñíos vosotros mismos y dadme de comer”. El requiere ministrar a El mismo. Habríamos podido laborar ampliamente en el campo y haber cuidado un gran rebaño, pero toda nuestra labor en el campo y entre el rebaño no nos exime de ministrar al Señor para su propia santificación personal: esa es nuestra tarea suprema.

Hermanos y hermanas, que estamos haciendo realmente delante del Señor?
Solamente es el trabajo en el campo, predicando únicamente el evangelio a los que no están salvo? Es realmente reuniendo la manada, solamente cuidando de las necesidades de los salvos? O estamos atendiendo a que el Señor esté comiendo a su entera satisfacción y bebiendo hasta que su sed sea calmada?

Ciertamente es necesario que comamos y bebamos, pero tal cosa no puede ser sino hasta que el Señor quede satisfecho. Nosotros mismos nos gozamos demasiado, pero tal cosa no puede ser sino hasta que el gozo del Señor quede completo. Preguntémonos a nosotros, mismos: nuestra obra de ministrar es a satisfacción nuestra o es a la  satisfacción del Señor? Temo que cundo trabajamos para el Señor, con frecuencia nosotros mismos nos satisfacemos plenamente y primero, antes de que el Señor se satisfaga. Con frecuencia quedamos muy felices con nuestro trabajo aunque el señor no ha hallado ningún gozo en él.

Hermanos y hermanas, cuando ustedes y yo hubiéremos hecho nuestro máximo esfuerzo, tendremos que admitir que somos siervos, tendremos que admitir que somos siervos inútiles. Nuestro objetivo no consiste en ministrar al mundo ni a la iglesia sino ministrar al Señor. Y benditos  sean aquellos que pueden establecer la diferencia entre ministrar a los pecadores  o la los santos y ministrar al Señor. Mediante u  comportamiento muy estricto podremos aprender la diferencia entre ministrar al propio Señor y ministrar al templo.

Sin embargo, si el Espíritu Santo ha abierto su camino en nuestras vidas; el proveerá de acuerdo con la necesidad. Busquemos la gracia de Dios para que El pueda revelarnos lo que realmente significa ministrar al Señor.

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