El precio de las Gemas

“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Su valor sobrepasa largamente al de las piedras preciosas” (Proverbios 31:10).

La meditación de hoy está dedicada a todas las esposas fieles y madres que lean este libro día a día buscando inspiración que las ayude a llevar a cabo sus múltiples tareas. Es nuestro deseo, y por ello oramos, que encuentren en estas páginas esa pizca de luz y verdad que haga un poco más luminoso su diario vivir.
¿A veces tiene la sensación de que lo que hace no tiene valor? No lo crea. Salomón dijo que el precio de una mujer virtuosa es muy superior al de las piedras preciosas. No tengo ni idea del valor que tienen las gemas pero, evi­dentemente, son valiosas. Quizá usted no sea hermosa o rica, pero sí puede ser virtuosa. Si es así, usted es valiosa.

Puede que no tenga un título universitario, pero es probable que esté cali­ficada para más de un empleo, como por ejemplo, conductora, jardinera, con­sejera familiar, personal de limpieza, ama de llaves, cocinera, puericultora, recadera, contable, diseñadora de interiores, dietista, secretaria, relacionista públi­ca o azafata. Estoy seguro de que podría ampliar la lista. Muchas de ustedes se hacen cargo del cuidado de la familia a la vez que, fuera de casa, desempeñan un empleo a tiempo completo. Realmente, son admirables.

El Salmo 128:3 dice que los niños son “como plantas de olivo alrededor de tu mesa”. Los bebés son como pequeños brotes verdes recién salidos de la tierra. Crecen como las plantas: primero un tallo, luego una hoja, después otra… Pronto maduran y empiezan a florecer. Y el ciclo se repite cuando tienen sus propios hijos. La influencia de la madre en la educación de niños maduros, responsables y cristianos está fuera de toda medida.
En una presentación de Escuela Sabática, un niño se olvidó de sus frases. Su madre estaba en la primera fila para apuntarlo. Ayudándose de gestos, dijo las palabras con los labios y en silencio, pero no sirvió de nada. Su hijo se había quedado en blanco. Finalmente, se inclinó y susurró: “Yo soy la luz del mundo”. El niño sonrió y con gran sentimiento y una voz clara y fuerte dijo: “¡Mi mamá es la luz del mundo!”.
Si usted es madre (o padre), es la luz de la vida de sus hijos. Para ellos usted está en el lugar de Dios (ver Patriarcas y Profetas, p. 280). Sea fiel y recibirá su recompensa.

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