El crecimiento de la fe

Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo […] por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. 2 Tesalonicenses 1:3,4

La fe no es estática; el crecimiento es la evidencia de la fe auténtica. Y los instrumentos del crecimiento de la fe son, básicamente, dos: la comu­nión diaria con Jesús y el dolor. Dios permite que pasemos por momentos difíciles, a fin de hacernos crecer.

¿Cómo sabrás tú si confías de verdad en Dios y en sus promesas, si nunca pasaste por el valle del dolor y de las lágrimas? Es en la hora de la dificultad que te das cuenta de hasta qué punto tu fe es un sentimiento o un principio. Es en el fuego que el oro se purifica; es en el dolor del esmeril que el diaman­te se pule; y es en las lágrimas y las pruebas que la fe del cristiano crece.

La iglesia de Tesalónica fue un ejemplo: en el dolor de la persecución, la fe de los tesalonicenses creció. El problema con los seres humanos es que no nos gusta el dolor; y es correcto que así sea: a fin de cuentas, Dios no nos creo para sufrir; el dolor apareció, en el escenario humano, después de la entrada del pecado.

Pero, ya que el dolor es inevitable, Dios lo toma y lo transforma en un instrumento de crecimiento y de formación. El dolor nos ayuda a desarrollar la fe; en el sufrimiento, ejercitamos la confianza en las promesas divinas, y el ejercicio es fuente de desarrollo.

Por eso, si hoy tienes delante de ti un motivo de dolor, y si el primer pensamiento que acude a tu mente es que Dios no se preocupa por ti, ale­ja esa idea y empieza a ejercitar la fe. ¿Qué significa esto?

Que, aunque no vislumbres solución alguna para el problema que enfrentas, debes creer que ese problema ya está solucionado. Dios siempre sabe lo que es mejor para ti. Puedes no entenderlo ahora, pero confía: el Señor jamás falló con las perso­nas que confiaron en él. “Al que a mí viene, no lo echo fuera”, aseguró cierta vez. Y no lo hará contigo.

No salgas de casa sin recordar las palabras de Pablo: “Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vues­tra fe va creciendo…, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecucio­nes y tribulaciones que soportáis”

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