Sabiduría

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Santiago 1:5

La puerta se cerró, detrás de él, con fuerza. Fue un sonido seco como su corazón, carente de paz y de alegría. Otra oportunidad perdida; un em­pleo más, que no estaba “a su altura”.

A los 32 años de edad, continuaba buscando el empleo ideal, acorde a su “capacidad y preparación”. Ambiciones tenía; títulos, también, y de las me­jores universidades. A veces, se creía un semidiós; tan distante de los simples mortales. Por eso sufría: las personas no lo veían de la misma forma.
Se llamaba Pedro Paulo; dos nombres bíblicos. Tal vez, porque sus pa­dres hubiesen querido que siguiese el ejemplo de los héroes del cristianismo. Pero, al entrar en la universidad, creyó que no necesitaba más de Dios; se olvidó por completo de lo que había aprendido en su niñez.
Al cumplir 35 años, ebrio, intentó el suicidio. Algunos dicen que cayó accidentalmente; otros afirman que se arrojó intencionalmente. Como re­sultado, permaneció en una silla de ruedas por varios meses.
Fueron meses de reflexión. Un día, se miró en el espejo y percibió que la vida se le estaba yendo, y él no había hecho otra cosa que buscar el empleo ideal. Se preguntó por qué otros, con menor capacidad que él, vencían en la vida. E imperceptiblemente, en el silencio de sus pensamientos, vino a su memoria un versículo que había aprendido cuando era niño: “Si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios”.
Sabiduría no es conocimiento. Pedro Paulo sabía mucho, pero carecía de sabiduría. ¿Cómo iba a tenerla, si Dios es la Fuente de la sabiduría y él había quitado a Dios por completo de su vida? En humildad, volvió los ojos a Dios. -Enséñame a usar lo que sé -le dijo al Señor, en su corazón. Y la respuesta no se dejó esperar. Dios siempre da sabiduría en abundan­cia al que se lo pide; entonces, lo mucho o lo poco que sabes se transforma en un instrumento poderoso en tus manos.
Nunca conocí a Pedro Paulo. Un día, mientras realizaba una serie de reuniones en Albuquerque, alguien me entregó una carta. En el cuarto de mi hotel la leí, y agradecí a Dios por su misericordia, capaz de esperar, esperar y esperar a que el ser humano, un día, entienda que sin Dios no es nada. Por eso, ve hoy por la vida seguro, sabiendo que “si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.”

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