No temas del hombre

Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno? Isaías 51:12.

Fue a la orilla del mar, mientras el sol se levantaba en el horizonte, entre el ruido de las olas y el canto de las gaviotas, que el Señor preguntó a Pedro si lo amaba. Tres veces. Parecía no entender la respuesta de Pedro; como si de pronto las palabras no fueran suficientes para dar a entender lo que el discí­pulo deseaba explicar.
Había sido esta una pregunta simple, y por más que Pedro buscaba ser simple en su respuesta, el Maestro de las cosas simples insistía una y otra vez.
De pronto Pedro entendió que la respuesta que el Maestro esperaba no era solo una declaración teórica de amor. Las palabras, por más que describan los paisajes y los sentimientos más bellos, son incapaces de comunicar lo que sola­mente el corazón puede expresar en una mirada, tal vez, o en una sonrisa. No sé.
Jesús estaba hablando a Pedro de lealtad. La lealtad es un valor humano, fruto del amor. A través de la historia, el hombre ha sido capaz de actos de he­roísmo por lealtad hacia su país, a sus compañeros, a sus amigos o a su familia.
La lealtad se relaciona con el honor y la confianza, virtudes que son difíci­les de ganar y fáciles de perder. Pero, el discípulo había fallado la prueba de la lealtad. A veces, es más fácil morir por Jesús que vivir por él. El Señor no había pedido a sus discípulos que murieran por él; era Jesús quien moriría por ellos.
El Maestro deseaba que ellos vivieran por él y para él. Y desdichadamente, Pedro falló.
Todos los días y en todos los lugares, somos llamados a presentar el ca­rácter de Jesús delante de los hombres. El mayor acto de lealtad que el Señor espera de ti es una vida digna de su nombre. No es fácil, cuando las personas se ríen de tus valores en la universidad, en la calle o en el lugar de trabajo. Es difícil ser honesto, cuando la honestidad parece haber pasado de moda. No es fácil ser puro, en un tiempo en que la pureza parece ser una pieza de museo de la Edad Media.
Tal vez por eso, hay gente que prefiere aislarse del mundo para entregarse a Dios. Pero, él quiere que tu entrega diaria a él sea tu testimonio, en medio de un mundo contaminado por el existencialismo, desprovisto de sustancia.
Haz de este día un día de testificación personal. Responde a Jesús que tú lo amas y que, por amor a él, estás dispuesto a vivir los principios de sus ense­ñanzas. ¡Ah! Y recuerda que Jesús “le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: sí, Señor; tú sabes que te amo”.

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