No es necesario esconderse
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.
Romanos 7:24,25.
Veintinueve años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el subteniente Hiroo Onoda, un oficial de la inteligencia del ejército imperial del Japón, se rindió formalmente, con lo que puso fin a casi tres mil décadas de permanecer escondido innecesariamente en la selva.
El subteniente Onoda salió de la jungla de la isla Lubang, en las Filipinas, solo después que su comandante de los años de guerra le envió una copia de la orden de rendición del emperador Hirohito, emitida en 1945. Cuando Onoda se convenció totalmente de que la guerra había terminado, regresó a su escondite, trajo su espada y se la entregó a un general de la fuerza aérea filipina. El hecho ocurrió en el día cuando el cumplió 52 años.
El subteniente Onoda fue descubierto por un estudiante japonés que estaba acampando en la isla Lubang. Onoda dijo que se rendiría solamente si su oficial superior le ordenaba hacerlo. En 1944 dicho oficial le había ordenado quedar en la isla y espiar al enemigo “no importa lo que ocurra”.
En 1972, soldados filipinos mataron a un guerrero japonés de la Segunda Guerra Mundial en un enfrentamiento, y otro soldado –Presumiblemente Hiroo Onoda- huyó. Cuando sus padres se enteraron del paradero de su hijo, estallaron en lágrimas.
Aunque las diferencias sean muchas, en algunos aspectos, la experiencia del subteniente Onoda guarda paralelismo con la de muchos profesos cristianos. Se unen al ejército cristiano, pero pierden contacto con su Comandante supremo. Continúan peleando miserablemente contra el pecado, “no importa lo que ocurra”, pero con su propia fuerza. Están tan preocupados peleando y ocultándose del enemigo que nadie puede encontrarlos para decirles que la
guerra entre el bien y el mal fue ganada por Jesús, y que cuando se rindan al Señor serán victoriosos. No hay necesidad de seguir peleando solos; tan solo necesitan reclamar la victoria alcanzada por Cristo. Con Pablo puedo decir: “¡Gracias a Dios!”
Podemos obedecer órdenes, pero si no conocemos al Comandante del universo y todas sus declaraciones, todavía estamos perdidos en la jungla de la vieja naturaleza de pecado. Hacemos cosas que no debiéramos, y dejamos de hacer otras que tendríamos que hacer. La vía de escape de este conflicto esta presentada en Romanos 7 y 8.