¿Qué ocurrió con el pecado?

“Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante
de mí” (Salmo 51:3).
Tengo en mi biblioteca un libro que pregunta: “¿Qué ocurrió con el
pecado?”. En la actualidad se cometen crímenes atroces cuyos
responsables quedan en libertad porque el jurado, aunque reconoce que el
acusado es culpable, no lo considera responsable de la acción.
He leído de dos casos distintos en Inglaterra: en uno estaba implicada
una camarera que, en una reyerta, había apuñalado a otra mujer hasta
matarla; en el otro, una mujer, furiosa, había atropellado a su amante.
Ambas mujeres fueron absueltas del delito porque afirmaron que se
condujeron así a causa del síndrome premenstrual.
Eso no es todo. Se dice que un miembro del gobierno de la ciudad de San
Francisco declaró haber asesinado a un colega suyo y al alcalde de la
ciudad porque había ingerido demasiada “comida chatarra”. El jurado dio
un veredicto de homicidio voluntario en lugar de asesinato en primer
grado. Según se dice, el jurado dictaminó que la comida chatarra
había provocado una alteración de las capacidades intelectuales, lo
que era una atenuante de la culpa del asesino.
La sociedad moderna elimina el pecado culpando a la víctima. Así, las
faltas come-tidas por los humanos se describen según el agresor consiga
convertirse en víctima. Se supone que tenemos que ser lo bastante
sensibles y comprensivos como para ver que todos aquellos
comportamientos que antaño solían clasificarse como pecaminosos, de
hecho, son pruebas para hacer que el agresor se convierta en la
víctima.
Quizá diga: “Pastor, ¿cómo puede influir este pensamiento en mi
vida?”. Se lo explico. A menudo, en casa no queremos aceptar la
responsabilidad de nuestros actos. “Fui duro con mis hijos porque me
dolía la cabeza”. Eso significa: “No me eches la culpa a mí; échasela
al dolor de cabeza”. O bien: “Grité a mi esposa y a mis hijos porque en
el trabajo tuve un día muy complicado”. Con esto digo que mi enojo no
es culpa mía, sino que es la consecuencia de cómo me trataron en el
trabajo.
Para que el Espíritu Santo pueda levantarnos, es preciso que aceptemos
nuestra responsabilidad. Es posible que hayamos sufrido un fuerte dolor
de cabeza o que en el trabajo nos hayan tratado muy mal, pero eso no es
excusa para estar airados ni para dispensar malos tratos a los demás.
La sociedad intenta hacer que el pecado desaparezca diciendo que el
pecado ya no es pecado. Un cristiano comprometido confiesa sus pecados.
Jesús vino a salvar a los que admiten que son pecadores.
Señor, reconozco que soy pecador. Gracias por haber venido a salvar a
los pecadores como yo.
Dios te bendiga,

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