Una fundadora magnánima
Imagen por Saurabh Kumar_
Tenía veintitrés años cuando quedó huérfana de padre. Por eso ella y doña Paula, su progenitora, se trasladaron a su hacienda de Tonchalá. Llegó a poseer fincas y dinero, pero no tuvo esposo ni tuvo hijos. Se dedicó más bien a hacer obras de caridad.
Según cuentan, fue promotora de la libertad de los esclavos, y en Tonchalá siempre había comida para los hambrientos y posada para los caminantes. Los trabajadores de la comarca le pedían de continuo que fuera la madrina de sus hijos.
Cuando quedó huérfana de madre tuvo que encargarse de la administración de la hacienda, y bajo su cuidado aumentaron los ganados y fructificaron los cultivos.
Debido a su magnanimidad, a los vecinos del valle de Guasimales, a la izquierda del río, se les ocurrió que tal vez ella estuviera dispuesta a donarles unos terrenos con el fin de construir capilla y casas a su alrededor, es decir, para fundar un nuevo pueblo.
No es que quisieran aprovecharse de ella. «Es que a ella el corazón se le salía por las manos, y los colonos quisieron recoger un poco de ese corazón», comenta el historiador santandereano Gustavo Gómez Ardila en su obra titulada Cúcuta para reírla (Escenas de su historia).1
Así que fueron a su hacienda para pedirle que les donara los terrenos necesarios.
—¿Está doña Juana? —preguntaron los vecinos a la criada que salió a recibir a la comitiva.
La doña los hizo pasar, escuchó su petición y a los tres días les informó que había decidido donarles media estancia de ganado mayor.
Fue así como el 17 de junio de 1733 se firmó la escritura de donación, y a ese acto la historia lo considera como la fundación de Cúcuta, Colombia. «El alcalde de Pamplona… se trasladó a Tonchalá para protocolizar la escritura… [y] comprobar [entre otras cosas] que doña Juana Rangel de Cuéllar, a pesar de sus ochenta y cuatro años, estaba en sus cabales [y] que no se le corría la teja ni sufría de pérdida de la memoria, no fuera a suceder que después se arrepintiera de lo donado, alegando que no se acordaba de la firma aquella», concluye Gómez Ardila.2
Así como aquellos vecinos de doña Juana percibían que «a ella el corazón se le salía por las manos», y por eso «quisieron recoger un poco de ese corazón», también a nosotros nos conviene reconocer que nuestro Dios es un Padre amoroso que quiere darnos lo que necesitamos, y que sólo hace falta que se lo pidamos. Jesucristo su Hijo lo afirmó en el Sermón del Monte al decir: «Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan! [Así que] pidan, y Dios les dará.»3
Sin embargo, nos animó no sólo a que le pidamos a Dios, sino también a que demos a los demás con generosidad, como lo hizo doña Juana, siguiendo así el ejemplo del Padre celestial. «Den a otros, y Dios les dará a ustedes —enseñó Jesús—…. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.»4 Pidámosle entonces a Dios lo que necesitamos nosotros, y démosles a otros lo que necesitan ellos, y comprobaremos que ¡también a Dios «el corazón se le sale por las manos»!
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
1 | Gustavo Gómez Ardila, «Y ahora sí: ¡Doña Juana!», Cúcuta para reírla (Escenas de su historia) <https://www.cucutanuestra.com/temas/libros_nortesantandereanos/ cucuta_para_reirla/capitulo2.htm> En línea 6 julio 2019. |
2 | Ibíd. |
3 | Mt 7:11, 7 DHH |
4 | Lc 6:38 DHH |