El principio de Arquímedes

(14 de junio: Día Internacional de la Bañera)

Hierón, rey de Siracusa, temía que su orfebre lo hubiera engañado. El monarca le había encargado al artesano la confección de una corona de oro puro, pero sospechaba que había mezcla­do una porción de metal inferior, tal como la plata. Para salir de la duda, encargó al gran matemático e inventor griego Arquímedes que buscara la manera de averiguar si su sospecha tenía algún fundamento. Pero la corona no debía sufrir cambio alguno. No debía alterarse. Arquímedes, considerado uno de los hombres más sabios de la época, pasó muchos días pensando cómo satisfacer los deseos del rey.

Un día, al meterse en la tina del baño notó que, al sumergirse en el agua, su cuerpo no pesaba tanto como antes y sus piernas se levantaban con gran facilidad. Su ingenio le hizo deducir de este acto tan común y corriente un principio fundamental de la hidrostática, que estudia el equilibrio de los líquidos. Según esta ley de la física, todo cuerpo parcial o totalmente sumergido en un fluido inmóvil, ya sea gas o líquido, experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido desalojado por el cuerpo. Aplicando este principio, Arquímedes dedujo que, si pesaba la corona en agua, podría determinar la proporción de metales que contenía. De ahí que hoy esa ley del peso específico de los cuerpos que descubrió el gran matemático se conozca universalmente como el Principio de Arquímedes.

Según la Enciclopedia Británica, es probable que sea verídica la versión de la historia que dice que Arquímedes determinó así la proporción de oro y de plata en la corona, pero no es más que una exageración popular la versión que dice que, acto seguido, saltó de la tina, salió de la casa y corrió desnudo por las calles de la ciudad gritando: «¡Eureka! ¡Eureka! ¡Lo he hallado! ¡Lo he hallado!»

Así como Arquímedes descubrió el principio natural que lleva su nombre y se valió de ese principio para descubrir el engaño del orfebre, también Dios, el Rey del universo que creó a Arquímedes y a toda la raza humana a su imagen y semejanza, se vale de un principio espiritual para que se descubra el engaño pecaminoso en cualquiera de nosotros. Según ese principio, podemos estar seguros de que nuestro pecado nos descubrirá.1 El peso de ese pecado es tal que, al igual que el peso de la corona del rey Hierón, a la postre nos descubre.

Dios ha dispuesto que nos descubran las consecuencias naturales del pecado, y nos ha dado a entender que la paga de ese pecado es muerte. Pero como Rey nuestro que es, Él está dispuesto a perdonarnos y a darnos vida eterna por los méritos de su Hijo Jesucristo,2 que pagó el precio de nuestras faltas al morir en nuestro lugar. En lugar de sufrir las consecuencias de nuestro pecado, pidámosle perdón a Dios y aceptemos hoy mismo su oferta de vida eterna.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1Nm 32:23
2Ro 6:23

Un Mensaje a la Conciencia

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