Abrazos sofocantes
Imagen por japp1967
«… Anaconda… [vio] a la cobra real que avanzaba lentamente hacia ella.
»No era aquel probablemente el momento ideal para un combate. Pero desde que el mundo es mundo, nada, ni la presencia del Hombre sobre ellas, podrá evitar que una Venenosa y una Cazadora solucionen sus asuntos particulares.»
Así describe el escritor uruguayo Horacio Quiroga, en su fantástico cuento titulado Anaconda, el escalofriante combate a muerte entre dos de las serpientes más temibles del mundo.
«El primer choque fue favorable a la cobra real —sigue narrando Quiroga—: sus colmillos se hundieron hasta la encía en el cuello de Anaconda. Ésta, con la maravillosa maniobra de las boas de devolver en ataque una cogida casi mortal, lanzó su cuerpo adelante como un látigo y envolvió a la [cobra], que en un instante se sintió ahogada. La boa, concentrando toda su vida en aquel abrazo, cerraba progresivamente sus anillos de acero; pero la cobra real no soltaba presa. Hubo aun un instante en que Anaconda sintió crujir su cabeza entre los dientes de la [cobra]. Pero logró hacer un supremo esfuerzo, y este postrer relámpago de voluntad decidió la balanza a su favor. La boca de la cobra semiasfixiada se desprendió babeando, mientras la cabeza libre de Anaconda hacía presa en el cuerpo de la [cobra].
»Poco a poco, segura del terrible abrazo con que inmovilizaba a su rival, su boca fue subiendo a lo largo del cuello, con cortas y bruscas dentelladas, en tanto que la cobra sacudía desesperada la cabeza. Los 96 agudos dientes de Anaconda subían siempre, llegaron al capuchón, treparon, alcanzaron la garganta, subieron aún, hasta que se clavaron por fin en la cabeza de su enemiga, con un sordo y larguísimo crujido de huesos masticados.
»Ya estaba concluido. La boa abrió sus anillos, y el macizo cuerpo de la cobra real se escurrió pesadamente a tierra, muerta….
»[Aunque] herida y exhausta de fuerzas… Anaconda no murió… [sino que] se fue… remontando por largos meses el Paraná hasta más allá del Guayra, más allá todavía del golfo letal donde el Paraná toma el nombre de río Muerto»,1 concluye Quiroga.
¡Qué contraste el que presenta el «terrible abrazo» que es capaz de dar una anaconda con el grato abrazo que es capaz de dar un ser humano! A la boa Dios le dio la facultad de abrazar a fin de inmovilizar y aniquilar, mientras que al hombre le dio la facultad de abrazar con el fin de mostrar amor y perdonar. Es que «desde que el mundo es mundo», esa es la manera en que Dios ha dispuesto que los hombres «solucionen sus asuntos particulares». Por eso, en la Historia Sagrada, Esaú corre al encuentro de su hermano mellizo Jacob, y con un fuerte abrazo lo perdona por haberle robado la primogenitura.2 Y en la parábola de Jesucristo acerca del hijo que le pide la herencia a su padre y luego la malgasta, el padre corre al encuentro del hijo y lo perdona con un fuerte abrazo.3 Más vale que sigamos esos ejemplos bíblicos, y abracemos y perdonemos a quienes nos ofenden, ya que de lo contrario nuestro Padre celestial tampoco nos perdonará a nosotros.4
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Horacio Quiroga, El hombre muerto (Bogotá: Editorial Norma, 1990), pp. 88-92; Horacio Quiroga, Anaconda, Colección Alianza Cien (Madrid, Alianza Editorial, 1994), pp. 58-62. |
2 | Gn 33:1-4 |
3 | Lc 15:20-24 |
4 | Mt 6:14-15 |