Un espectáculo de sangre
Imagen por Ignacio Ferre
(Mes de la prevención de la crueldad hacia los animales)
«Una vez llegó a Pegujal una cuadrilla de toreros… de esos que van de pueblo en pueblo…. Entre ellos iba un español que hacía el Tancredo.
»Era un hombre bonito y presumido… lo que en Pegujal se llamaba un pretencioso: … desdeñaba codearse con el populacho…. A causa de esto… comenzaron a odiarlo con la vehemencia de sus pasiones violentas….
»… Cuando… el españolito [hizo] la suerte del Tancredo… todo el pueblo se [apiñó] sobre las empalizadas coreando los lances de los toreros, celebrando con frenéticas griterías las intenciones asesinas del toro que buscaba el cuerpo del lidiador tras el engaño de la capa, [e] insultando al que huía entre las astas mortales, como si experimentasen la necesidad del espectáculo de la sangre saltando en chorros hasta salpicarles las caras.
»Por fin tocó el turno al [Tancredo]. Apareció envuelto en un capote de seda roja recamado de oro, que lanzó a la usanza toreril a una ventana colmada de mujeres bonitas, quedando en un traje de malla todo blanco que le ceñía el cuerpo gallardo y bien formado…. Y con una… sonrisa en los labios fue a subirse en un escabel de madera, también blanca, que había hecho colocar en mitad de la calle, frente a la puerta del toril.
»Hubo un momento de expectativa…. De pronto, un estruendo de maderas que ceden a un empuje formidable: ha salido el toro.
»[Es] un toro lebruno, de enhiesto testuz coronado de astas agudas como puñales. Se detiene un momento como si buscara al adversario, le vibra el cuello en una crispación de los nervios tensos, le salta en los ojos la lumbre de la fiereza; pasea las miradas por el gentío encaramado en las talanqueras y las fija por fin en… el adversario…. Rápido se lanza sobre él. Al acercarse, vacila un momento, gazapea, parece que va a huir; pero de súbito engrifa el pescuezo, se recoge sobre sí mismo con los cuernos a ras del suelo, se dispara sobre [él] y lo lanza por el aire…
»Una gritería de espanto… un tropel de gente que se desgaja de las talanqueras…
»Unos… bracean y gritan al toro, que… se detiene para encarárseles, y los derrota contra la empalizada; saltan los hombres atemorizados.
»Fue cosa de segundos; pero bastaron para que los compañeros del [Tancredo lo recogieran] del suelo y se lo [llevaran]… manando sangre….»1
Mediante este pasaje de uno de sus Cuentos venezolanos que escribió en Caracas en 1919, Rómulo Gallegos nos hace reflexionar sobre la tendencia del hombre a divertirse a costa del prójimo y de los infelices animales a los que obliga a participar en sus crueles juegos sanguinarios. El hecho de que haya pasado otro siglo y que haya aún diversas manifestaciones de semejante conducta depravada confirma que el problema sigue siendo su naturaleza humana pecaminosa. Pero gracias a Dios, basta con que se lo pidamos para que Él nos perdone por los méritos de su Hijo Jesucristo, quien vertió su propia sangre para ese fin, y así podamos ponerle punto final a la esclavitud del pecado que nos lleva a cometer tales barbaridades.2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Rómulo Gallegos, «Pegujal», Cuentos venezolanos, Colección Austral (Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1949), pp. 72-75. |
2 | Jn 8:32-36; Ro 6:17-19; 1Jn 1:7-9 |