«La mañana que conocí a mi padre»

«Calculo que yo tendría unos tres años…. Ahí estoy sentado en un suelo fresco de mosaico, empiyamado por estar un poco enfermo del estómago, jugando con un ganchito de cabeza de mujer, matando hormigas y enterrándolas apenas con la tierrita que sacaba de las junturas del piso…. Veo a Fidelia, la Pille, limpiando con un trapo sucio los cuadros de la pared…. La Pille ya era vieja, con la cabeza… gris… llevando su cara de hom­bre con paciencia….

»En eso tocan a la puerta y la Pille va a abrir, dejando el sacudidor en una mesita y limpiándose el polvo de las manos en su gran delantal oscuro. Abre la puerta de la habitación contigua, la que da a la calle, y yo oigo una voz extraña, de hombre, que pregunta por mi madre, y la Pille que se ríe e invoca a San Cayetano Bendito antes de contestar que mi madre está trabajando [en la Policlínica] con un caso urgente de trepanación cerebral del doctor Zepeda Magaña, pero que pase por favor adelante… que así podrá ver al niño aunque sea un ratito….

»A mí me pica una condenada hormiga en el dedo en ese preciso momento, y suelto un grito…. [La Pille] me toma por los brazos y me alza del suelo registrándome y preguntándome que qué me pasó, y yo respondo mostrando el dedo encogido donde la hormiga muerde aún furiosamente…. Luego de quitarme la hormiga, me muestra, como se hace con un pollo en venta o con un lechón, al hombre con quien hablaba…. Yo me limito a abrir los ojos, y la Fidelia me alarga más, ofreciéndome para ser besado. El hombre lo hace…, y yo me echo hacia atrás y busco el cuello de la Pille para colgarme y esconder la cara.

»La Pille dice que ese señor es mi papá y que debo besarlo, pero yo me hago el bobo…. Siento que el señor me pega una nalgada suave, me pasa una mano por el pelo… y luego me quita el calcetín del pie derecho, desnudándomelo y tomándomelo entre la mano inmensa y fuerte, y me lo aprieta, pero sin hacerme daño; más bien siento unas cosquillas tibias que me dicen que el señor no es tan bravo como toda la gente grande que no sean mi mamá y la Pille. Después se ponen a hablar de cosas que no entiendo. Quien más habla es la Pille, oscilando entre la alegría explosiva y las lágrimas de humillación, y el señor sólo responde con palabras cortas y gruñidos, y luego de un rato dice que tiene que irse. La Pille me coloca en el sofá, y yo me quedo allí muy quieto haciendo cara hosca….

»[Él] vuelve a acercárseme y me roza la cara con los dedos antes de dirigirse de nuevo hacia la calle precedido por Fidelia, quien, después de varios Dios-me-lo-bendiga dichos fervientemente y del ruidazo de la puerta al cerrarse, vuelve hasta mí más alegre que nunca, diciendo cosas como una ametralladora y mostrándome un sobre blanquísimo del cual extrae un puñado de billetes que comienza a contar mojándose los dedos con saliva….

»En la calle, un auto ronco echa a andar.»1

De ahí que a este capítulo de su obra Taberna y otros lugares el escritor salvadoreño Roque Dalton le haya puesto por título «La mañana que conocí a mi padre». Es evidente que fue indeleble la impresión que esa patética escena dejó marcada en su recuerdo de la niñez. Menos mal que, tanto Dalton como cualquiera de nosotros que haya tenido semejante experiencia con su padre biológico, tenemos en Dios a un Padre celestial que nos ama entrañablemente y está dispuesto a llenar ese vacío. Y no hace falta que Él le pague a nadie para que nos cuide, porque promete estar con nosotros Él mismo, sin falla, a partir del momento en que le pidamos que nos adopte como hijos suyos.2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Roque Dalton, Taberna y otros lugares (San Salvador: UCA Editores, 2004), pp. 103-05.
21Jn 3:1-2; Gá 4:4-7; Ef 1:4-6; Mt 28:20

Un Mensaje a la Conciencia

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