¿Qué «tan lejos está la muerte»?

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Imagen por Valentini.antoine

«[Era un mediodía de los tantos] en Misiones, Argentina. El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal…. Cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla.

»Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo….

»… Tras el antebrazo e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete; pero el resto no se veía.

»… Intentó mover la cabeza, en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. [¡No es posible que haya resbalado! … El mango de su machete… estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabía muy bien cómo se maneja un machete de monte.] [Y sin embargo, al apreciar] mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre… adquirió, fría, matemática e inexorablemente, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia.

»La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.

»Pero entre el instante actual y esa postrera espiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!»1

Algunos se preguntarán cómo es que el escritor uruguayo Horacio Quiroga pudo describir con tanto realismo la vida de campo y esa inhóspita zona de Argentina en cuentos como «Anaconda» y como éste, titulado «El hombre muerto». Se debe a que vivió muchos años en la provincia de Misiones, donde sufrió grandes adversidades, incluso la trágica muerte de su primera esposa Ana María Cires. Si a esa muerte le sumamos otras muy penosas que tuvo que afrontar en el transcurso de su vida, no es de extrañarse que con frecuencia escribiera sobre ese tema.

El hombre del cuento de Quiroga tiene razón: Dejemos de pensar que la muerte está muy lejos y que la vida es un derecho que podemos dar por sentado, y reflexionemos más bien sobre lo que nos advierte Santiago el apóstol: que nuestra vida es «como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece».2 Vivamos cada día conscientes de que nuestro destino eterno depende de la decisión que tomamos de servir y agradar a Dios.3 Así no tendremos nada de qué lamentarnos cuando sea nuestro turno de llegar al umbral de la muerte.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Horacio Quiroga, El hombre muerto (Bogotá: Editorial Norma, 1990), pp. 7-10.
2Stg 4:14
3Dt 10:12; Jos 24:15; 2Co 5:9; Col 1:10; Stg 4:15

Un Mensaje a la Conciencia

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