«El nido ausente»

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Imagen por Domy Kamsyah

(21 de marzo: Día Internacional de la Poesía)

Si bien es grande la tristeza causada por la soledad que sienten los padres cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar, hay otra tristeza que tal vez sea aún mayor. A la una se le conoce como «el nido vacío». En la canción «El camino de la vida», el compositor colombiano Héctor Ochoa describe esa sensación, como pocos otros han logrado hacerlo, con estas palabras:

Y luego, cuando somos dos
en busca de un mismo ideal,
formamos un nido de amor,
refugio que se llama hogar….

Los frutos de la unión que Dios bendijo
alegran el hogar con su presencia.
¿A quién se quiere más si no a los hijos?
Son la prolongación de la existencia….

Y luego cuando ellos se van,
algunos sin decir adiós,
el frío de la soledad
golpea nuestro corazón.

A la otra tristeza que tal vez sea aún más grande, el escritor argentino Leopoldo Lugones la llamó «El nido ausente», y le dedicó el siguiente poema con ese título:

Sólo ha quedado en la rama
un poco de paja mustia
y, en la arboleda, la angustia
de un pájaro fiel que llama.

Cielo arriba y senda abajo,
no halla tregua a su dolor,
y se para en cada gajo
preguntando por su amor.

Ya remonta con su queja,
ya pía por el camino
donde deja en el espino
su blanda lana la oveja.

¡Pobre pájaro afligido
que sólo sabe cantar
y, cantando, llora el nido
que ya nunca ha de encontrar!1

A diferencia del nido vacío, «el nido ausente» del poeta Lugones, a nuestro juicio, puede aplicarse a la tristeza causada por la soledad que sienten los padres cuando uno o más de sus hijos son arrebatados del hogar por fuerza mayor, ya sea por alguna enfermedad, o por un accidente, o por asesinato o secuestro de parte de un depredador o traficante, o incluso de parte del otro cónyuge. En algunos casos ese cónyuge huye con uno o más de sus hijos a un país lejano desde donde el otro —a pesar de entablar juicio, quejarse y llorar amargamente en los tribunales—, no podrá jamás conseguir su extradición a fin de que vuelvan a formar parte del nido, que es el hogar en que se criaron.

Por si eso fuera poco, «el nido ausente» del célebre poeta argentino puede aplicarse también a la tristeza causada por la soledad que siente uno de los dos que han formado ese «nido de amor, refugio que se llama hogar» cuando el otro lo ha abandonado, a veces «sin decir adiós». ¿Y qué decir de la tristeza infinita que sienten los hijos —aquellas impotentes avecillas— cuando sus padres mismos destruyen el nido al separarse para siempre, y no queda más que «un poco de paja mustia»?

Gracias a Dios, cuando nos toque sentir semejante tristeza podemos confiar en que Él no sólo desea consolarnos sino también protegernos. Así como lo hizo el salmista David al huir del rey Saúl y hallar refugio en una cueva, clamemos a Dios diciendo: «¡Ten compasión de mí, Dios mío… porque en ti busco protección! ¡Quiero que me protejas bajo la sombra de tus alas hasta que pase el peligro!»2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Leopoldo Lugones, «El nido ausente», El payador y antología de poesía y prosa, El libro de los paisajes (1917) (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1979), pp. 357-58.
2Sal 57:1 (TLA)

Un Mensaje a la Conciencia

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