«Los últimos charrúas» (1a. parte)

(Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena)

El 25 de febrero de 1833 zarpó del Puerto de Montevideo el velero francés Phaéton con rumbo al Puerto de Saint-Malo, Francia. Uno de los pasajeros era François de Curel, exmilitar francés que había instalado un centro de enseñanza en Montevideo. Lo acompañaban, «consignados como equipaje, cuatro charrúas: el cacique Vaimaca Pirú, el chamán Senaqué, el joven guerrero Tacuabé, y su mujer, Guyunusa, embarazada de pocos meses.

»Casi dos años antes, los cuatro habían llegado a Montevideo en calidad de prisioneros, luego de la masacre de Salsipuedes», explica el escritor español Javier Sanz en su obra titulada Caballos de Troya de la historia. Poco tiempo después, el presidente de la joven república, el mismo General Fructuoso Rivera que había ejecutado con engaño el exterminio de la nación charrúa, le había cedido los cuatro charrúas a de Curel para que los llevara consigo a Francia. El exmilitar francés le había dado la excusa perfecta para quitárselos de encima, sosteniendo que sus objetivos eran puramente científicos. Así que Rivera «le había dado su autorización redactando una hipócrita declaración que consignaba que los charrúas viajaban con él de forma voluntaria y que estaban dispuestos a permanecer con él en París durante un tiempo, a cambio de que se les proporcionara los medios necesarios para su subsistencia».

Después de casi setenta días de travesía, los cuatro indígenas, «demacrados y asustados», arribaron con su «propietario» francés, quien hizo los arreglos para trasladarlos a París, donde mandó imprimir folletos que promocionaban la llegada de cuatro individuos que representaban «los verdaderos tipos de la tercera raza de hombres, la raza cobriza».

El 19 de junio de Curel abrió al público «la insólita exposición», cobrando inicialmente cinco francos para ver a los «salvajes», pero luego rebajando la entrada a sólo dos francos debido a la escasa concurrencia. Después de un mes, la Academia de las Ciencias Morales los sometió a un experimento en el que escucharon un concierto musical y, para sorpresa de todos, los «salvajes» mostraron una gran sensibilidad ante la pieza interpretada, sobre todo ante los instrumentos de viento. Y por si eso fuera poco, otra de las pruebas a las que los sometieron, que consistió en tomar sus medidas físicas, llevó a los científicos franceses a la conclusión de que el cráneo de los cuatro charrúas medía igual que el de muchos criminales guillotinados en Francia.1 ¡Valga la coincidencia!

Gracias a Dios, no fueron ninguna coincidencia las profecías bíblicas antes de la vida de Jesucristo que se cumplieron al pie de la letra con relación a su muerte en la cruz. Pues una de esas profecías, con la que aquellos pobres charrúas se hubieran identificado plenamente, era que Cristo sería despreciado, humillado y desechado, y que se le consideraría un criminal, precisamente por cargar con nuestros pecados para que pudiéramos ser perdonados.2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Javier Sanz, «Una traición, una masacre y una infamia» en Caballos de Troya de la historia: Engaños e ingenio de todos los tiempos que vencieron en la paz y en la guerra (Madrid: La Esfera de los Libros, 2014), pp. 62-64; y «Los últimos charrúas: infamia a la francesa» <https://historiasdelahistoria.com/2013/04/11/ los-ultimos-charruas-infamia-a-la-francesa> En línea 8 noviembre 2021.
2Is 53:3-12 (TLA); Mt 27:38; Mr 15:27(-28); 1Jn 1:9

Un Mensaje a la Conciencia

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