Guarda los mandamientos

“No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir” (Mateo 5:17).

CIERTO día, un ministro de otra denominación me envió un correo electrónico en el que me decía que su iglesia creía que el Antiguo Testamento tenía que ser desechado. Me dijo que no creía que un cristiano tenga que observar la ley.

En tiempos de Jesús, la Biblia solo se componía de lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento: la Ley, los Escritos y los Profetas. La ley estaba dividida en tres partes. La primera era la ley ceremonial, que representaba el plan de salvación en tipos y símbolos. Esta ley indicaba a Israel cómo tenía que adorar a Dios. Seguía la ley judicial, lo que hoy llamaríamos las leyes civiles de Israel. Por último, se encontraba la ley moral, los Diez Mandamientos.

Nunca deja de sorprenderme que la gente diga que los Diez Mandamien­tos quedaron clavados en la cruz. Sin duda alguna, no sugieren que ahora po­demos mentir, robar o cometer adulterio con total libertad.

Sencillamente, quienes insisten en que los Diez Mandamientos fueron clava­dos en la cruz están buscando una excusa para no tener que guardar el cuarto mandamiento: “Acuérdate del sábado para santificarlo”

(Éxo. 20:8).

Algunos in­sisten en que este mandamiento era solo para los judíos. Pero los primeros en recibirlo fueron Adán y Eva, que no eran judíos.

Jesús no vino a vivir en la tierra para abolir los Diez Mandamientos. Vino para informarnos y mostrarnos cómo cumplir de corazón los principios de la ley, ade­más de obedecerla.

Aunque son una guía que nos dice qué hacer, los Diez Mandamientos no pueden darnos un corazón nuevo. Nuestras propias fuerzas no bastan para cum­plir (obedecer) la ley. Jesús no cumplió (obedeció) la ley para que nosotros quedáramos exentos de cumplirla, sino para que, por medio de su vida, su muerte y resurrección, podamos guardarla.

Jesús quiere que obedezcamos los Diez Mandamientos de corazón, no solo la forma externa, porque estamos convencidos de que son lo correcto. Ansia ayudarnos. ¿Por qué no le pedimos que lo haga?

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