Justicia o ira

Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Santiago 1:20.

Carla sabía que la noche de aquel domingo marcaría su vida para
siem­pre. Era una noche fría; la más fría de todas las que había
vivido al lado de su joven esposo. Las cortinas se movían con el viento
helado; pero ni siquiera el aire de la noche era capaz de apagar la ira
de su corazón. La imagen que había visto aquella tarde no se borraría
de su mente jamás: su esposo besaba a otra mujer. ¡Nunca había
imaginado algo así! Pero, defi­nitivamente él se arrepentiría de
haberlo hecho: ella le pagaría con la misma moneda.
Saltó de su inercia. No miró el reloj; cualquier hora daba lo mismo
para lo que pensaba hacer. Se vistió con prisa; pasó sus dedos entre
su cabello negro, tratando de alisarlo. Tomó su bolso, cruzó el umbral
y se perdió en la noche oscura y fría de su dolor de esposa
traicionada.
Al volver a casa, se lo dijo. Así, sin medias palabras. Le dijo que
estaban empatados: ojo por ojo, traición por traición.
A partir de aquel día, las noches de Carla se hicieron cada vez más
os­curas y frías. Su dolor aumentaba. Ya no le dolía la traición del
esposo: la atormentaba su propia traición. Se había vengado; había
hecho “justicia” por sus propias manos. Pero aquel acto, provocado por
la ira, solo le causó amargura; una amargura tan densa como sus densas
noches frías y oscuras. Acabó en el consultorio de un psicólogo.
El consejo bíblico de hoy es: Deja la justicia con Dios; él no puede
ser burlado. La persona que te hirió puede parecer victoriosa hoy y
mañana, pero los actos de justicia divinos llegan oportunamente, llegan
a su debido tiempo.
No te atrevas a llamar justicia al acto impensado provocado por la ira;
las prisiones están llenas de gente que solo quiso hacer “justicia”.
Las prisiones del alma también abrigan, en sus celdas, a gente herida
que, como Carla, se dejó llevar por la ira. La ira humana no combina
con la justicia divina: solo Dios sabe permitir que el ser humano
coseche el fruto maduro de vivir perjudicando al otro.
Libértate. Pide a Dios la capacidad de perdonar. Abre las puertas de
tus prisiones interiores. Brilla, como el sol del nuevo día. Porque:
“la ira del hombre no obra la justicia de Dios”.

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