Con un minuto de diferencia

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Imagen por Alpstedt

Royal Underwood llamó para pedir que enviaran a su casa una ambulancia. Era la una menos cuarto de la madrugada, y su esposa se sentía mal. La ambulancia llegó y se llevó rápidamente a Genoveva. Royal, el esposo, se sentó a su lado en el vehículo y la consoló con dulzura.

Al llegar al hospital de la ciudad, bajaron a los dos en camilla. Genoveva se moría de un derrame cerebral, y Royal, de un ataque cardíaco. Murieron con un minuto de diferencia, el día en que cumplían cincuenta y cinco años de casados.

Jacqueline, hija de la pareja, manifestó: «Mis padres se mantuvieron siempre muy unidos. Se habían prometido ante Dios amor eterno, y así murieron, cuando cumplían cincuenta y cinco años de matrimonio.»

He aquí un caso que reconforta: un hombre y una mujer que se casan y se prometen amor y fidelidad, que toman a pecho el voto del ministro que los casó. «Así que ya no son dos, sino uno solo —dice el texto sagrado que leyó el clérigo en su boda—. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».1

A lo largo de más de medio siglo de matrimonio, Royal y Genoveva, sin lugar a dudas, pasaron por muchas pruebas y tribulaciones. No fueron más que una pareja común, que debieron luchar por progresar, por ganarse la vida, por criar decentemente a sus hijos, por vencer enfermedades, contratiempos y sinsabores.

No fueron nada extraordinario, a menos que juzguemos extraordinario el caso de un matrimonio que dura cincuenta y cinco años y que mantiene tanto tiempo la fidelidad, la honra, el amor mutuo y la fe en Dios Todopoderoso, ante quien pronunciaron sus votos nupciales.

Es posible vivir unidos y enamorados mucho tiempo. Y es posible vivir en fidelidad recíproca, sin dejar que el adulterio intervenga y manche las relaciones, contamine el hogar y amenace con destruir la armonía familiar.

También es posible vivir sin hablar jamás de divorcio, comprendiéndose, tolerándose, ayudándose mutuamente, llevando juntos las cargas y soportando los sinsabores de la vida, y a la vez disfrutando, íntima y placenteramente, de las delicias del amor.

No todo en un matrimonio ha de ser discordia, reyerta, incomunicación, disgustos, amargura, infidelidad o divorcio. ¡También hay matrimonios sanos, limpios, estables, dichosos y permanentes, con todo lo escasos que sean!

¿Cómo lograr un matrimonio feliz? Pidiéndole a Cristo que sea nuestro Salvador y el protector de nuestra relación conyugal, y que sea el Señor de nuestro hogar y el Maestro de toda nuestra familia. Entreguémonos a Aquel que, si bien no ha de morir con nosotros con un minuto o más de diferencia, sí murió por nosotros con unos dos mil años de diferencia, para que pudiéramos vivir junto a Él eternamente.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Mt 19:6

Un Mensaje a la Conciencia

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