El martes no
Júpiter estaba loco por Venus, la reina de la belleza, pero ella no le correspondía su afecto. Por eso la castigó casándola con Vulcano, que era el más feo del Olimpo. Ya Venus se había resignado a su mala suerte cuando una tarde vio pasar a Marte, el dios de la guerra que, aunque no contaba ni con el afecto de sus propios padres Júpiter y Juno, sí era buen mozo. Eso fue amor a primera vista. Cuando Vulcano tuvo que salir de viaje, Venus y Marte aprovecharon todas las noches de ausencia del marido de ella para pasarlas juntos.
Como Marte temía que el Sol los delatara, puso a vigilar a Alectrión para que les avisara cuando se aproximaba el amanecer. Pero una noche Alectrión se quedó dormido, de modo que el Sol sorprendió en el acto a Venus y a Marte. El Sol era tan amante de los chismes que interrumpió su salida para ir a contarle la infamia a Vulcano. Tan pronto como se enteró de la infidelidad de su bella mujer, Vulcano hizo una red invisible con la cual atrapó a los dos amantes in fraganti a la vista de los demás dioses del Olimpo. Fueron objeto de implacable burla hasta que Neptuno, padre de Venus, llegó a interceder por ellos, logrando que Vulcano los soltara. Venus se encerró avergonzada en una iglesia en la isla de Chipre, mientras que Marte se desquitó de su fracasado vigilante. Convirtió a Alectrión en un gallo y le impuso la pena de anunciar todos los días, por obligación, la salida del Sol.1
Así concluye uno de los capítulos de la mitología que ha llegado a ser patrimonio de toda la raza humana. Tanto es así que se debe a ese mismo Marte, dios de la guerra y por lo mismo de las batallas y disensiones, el que al martes, que lleva su nombre, se le haya considerado día aciago desde la antigüedad. Por lo tanto, no es de extrañarse que el refrán diga: «El martes no te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes.» Se ha popularizado a tal grado este refrán citado por Cervantes en el Quijote, que se conoce con variantes regionales, la más curiosa de las cuales es la venezolana: «Ni viajar en martes, ni andar con bizco ni saludar a mujer barbuda.»2
Tal vez parezca que refranes como éste carecen de peligro para quienes creen en ellos y acatan sus augurios. Lo cierto es que encierran un grave peligro, no el de viajar ni casarse el martes ni nada por el estilo, sino el de confiar en mitos en vez de confiar en Dios. Por eso San Pablo nos aconseja que rechacemos semejantes mitos y que pongamos nuestra esperanza más bien en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los que creen en Él. Así podremos contar con el favor divino en todo lo que emprendamos, no sólo el lunes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, sino también el martes, y no sólo en la vida presente sino también en la venidera.3
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Roberto Cadavid Misas (Argos), Cursillo de mitología (Medellín: Editorial Colina, 1994), pp. 218-19. |
2 | Gonzalo Soto Posada, Filosofía de los refranes populares, 2a ed. (Bogotá: Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 1994), pp. 280,82; y Luis Junceda, Del dicho al hecho (Barcelona: Ediciones Obelisco, 1991), p. 54. |
3 | 1Ti 4:7‑10 |