«El Minero treinta y cuatro»
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El 5 de agosto de 2010 «los trabajadores [entramos] uno por uno [a la mina San José, localizada treinta kilómetros al noroeste de la ciudad de Copiapó, en Chile]… todos listos para desempeñar nuestras rutinas usuales como en cualquier otra jornada laboral —relata el minero José Henríquez en su libro titulado Milagro en la mina—… Serían como las dos de la tarde cuando de pronto nos ensordeció un poderoso estruendo de rocas. La explosión de rocas vino con una onda expansiva que nos dejó a todos cubiertos de tierra, provocando una densa nube de polvo que impedía ver y tardaría cuatro horas en disiparse….
»Después que… la nube de polvo se asentó… desde diferentes lugares de la mina… los treinta y tres de nosotros logramos… llegar a tropezones al refugio…. Era el sitio lógico para guarecernos… [porque] era el punto más seguro… preparado para el tipo de situación que enfrentábamos…. El refugio [nuestro] medía cinco por quince metros… y estaba aprovisionado con oxígeno, agua y comida para… crisis tales como esta…. Uno por uno confirmamos que ninguno había recibido ninguna lesión… [lo cual] nos llenó de un sentido de asombro….
[Lamentablemente] el túnel de acceso estaba bloqueado por enormes montones de rocas y escombros…. Realizamos varias inspecciones buscando una ruta de escape. Tratamos de salir por los pozos de ventilación, pero… no teníamos el equipo necesario…. Así que… [tuvimos que resignarnos] al hecho de que… el escape [era] imposible.
»Tampoco podíamos comunicarnos con la superficie. Sabíamos que los que estaban fuera de la mina darían por sentado que, si estábamos vivos, trataríamos de reunirnos en el refugio…. Pero la imposibilidad de demostrar que estábamos vivos y bien agobiaba nuestra mente…. Como meros hombres, no había nada que [podíamos] hacer a fin de salvarnos a nosotros mismos….
»En la oscura penumbra de esa mina, se hizo claro como el cristal que Dios era nuestra única esperanza y nuestro único recurso. Les comuniqué este pensamiento a mis amigos a principios de nuestra odisea, antes de… decidir cómo lidiaríamos con la situación. En ese momento me dijeron: “Don José, queremos que nos dirija en oración.” No había duda de que necesitábamos una ayuda sobrenatural.
»Así fue como, junto con otras tareas, [me designaron] para desempeñar un papel espiritual…. Mis compañeros pensaron que [podíamos] pedirle al Señor de una forma unánime que, si era su voluntad, nos liberara…. Clamamos a Dios, y Él respondió. No necesitó puertas para entrar en ese lugar con nosotros, porque… “lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”.1 ….
»Mediante la oración empezamos a sentirnos rodeados de la presencia del Señor. El Minero treinta y cuatro estaba con nosotros. Podíamos sentir su presencia y hablábamos con él a diario. Así fue como superamos esos días de angustiosa espera, cuando no sabíamos si alguien estaba buscándonos o si todos ya nos habían dado por muertos.»2
Quiera Dios que, así como aquellos mineros, también nosotros nos convenzamos de que, si hablamos con Él a diario, sentiremos su presencia y recibiremos su ayuda sobrenatural para superar cualquier prueba que afrontemos.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Lc 18:27 |
2 | José Henríquez, Milagro en la mina: Una historia de supervivencia, fortaleza y victoria en las minas de Chile contada por uno de los 33 (Miami: Editorial Vida, 2011), caps. 4,5. |