(Antevíspera del Aniversario del Descubrimiento del Cabo de Hornos)

Se encuentra en la punta más al sur de América. Durante siglos era la ruta natural, junto con el Estrecho de Magallanes, de miles de barcos mercantes. Es que era la forma de pasar del Atlántico al Pacífico, de navegar de Europa a Asia y de una costa a otra de Estados Unidos.

Los marinos que lo descubrieron el 29 de enero de 1616 eran holandeses, y le pusieron el nombre «Cabo de Hornos» en honor al puerto holandés de donde habían zarpado meses antes. De ahí que el 29 de enero de 2016 representantes de los Países Bajos y de Chile conmemoraron ese hecho histórico en una ceremonia celebrada en el lugar mismo donde aquellos intrépidos marinos holandeses cruzaron el Cabo por primera vez.

Debido a que los Océanos Atlántico, Pacífico y Austral se estrellan en el Cabo de Hornos, creando las legendarias tormentas con vientos huracanados y olas gigantescas que han alcanzado la altura de edificios de diez pisos, se estima que entre los siglos 16 y 20 por lo menos 800 buques naufragaron, en los que perecieron más de 10 mil marineros. Aunque era la ruta más rápida para llegar al otro lado del continente, los españoles la consideraban tan peligrosa que en el siglo 19 optaron por transportar el oro y la plata de un lado a otro de Suramérica vía terrestre.

A pesar de eso, la ruta por el Cabo de Hornos llegó a ser importante para el comercio internacional, sobre todo después del descubrimiento de oro en California en 1848. Pero la inauguración del Canal de Panamá en 1914 produjo una considerable reducción en el número de barcos mercantes que hicieron la travesía por el Cabo.

Actualmente quienes visiten la Isla de Hornos encontrarán el Monumento «Cabo de Hornos», con las placas conmemorativas que develaron los representantes chilenos y holandeses en 2016 en reconocimiento de los cuatro siglos que habían transcurrido desde su descubrimiento. Al contemplarlo, esas visitas bien pudieran recordar la siguiente tradición: Dice la leyenda que a los marineros que lograran pasar por el Cabo de Hornos sin naufragar se les permitiría no solamente lucir un aro de oro en la oreja, sino también cenar a bordo con un pie sobre la mesa. Y si ese mismo marinero lograra cruzar alguna vez el Cabo de Buena Esperanza, al extremo sur del continente africano, se arrogaría el privilegio de poner ambos pies sobre la mesa y ponerse un anillo en la otra oreja.1

¡Qué manera tan ingeniosa de identificar a determinada persona! Si tiene sentido hacerlo por concepto de una hazaña física que haya logrado, ¿acaso no tendrá sentido también hacerlo por una proeza espiritual? ¡Claro que sí! Por eso Jesucristo les dijo a sus seguidores: «Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos».2

Es que Cristo, consciente de que muy pronto daría su vida para salvarnos a todos del naufragio en las aguas del pecado, sabía que no hay mayor proeza espiritual que la de amar al prójimo al extremo de estar dispuesto a dar la vida para salvarlo.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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