EL SACERDOCIO DEL SANTUARIO

El sacerdocio del santuario

Ningún descendiente del sacerdote Aarón que tenga algún defecto podrá acercarse a presentar al Señor las ofrendas por fuego (Levítico 21: 21).

TANTO EL SANTUARIO propiamente dicho, como los servicios que se realizaban en él, eran un medio educativo gracias al cual Dios quería enseñar a su pueblo las verdades fundamentales del plan de salvación. La figura central del santuario era el sacerdote. Era el intermediario entre el pueblo y Dios. De hecho, era el representante del pueblo ante Dios. En esto se dis­tingue del profeta. Los sacerdotes llevaban las ofrendas y el pecado del pueblo ante Dios; los profetas llevaban los mensajes de Dios al pueblo. Sus oficios eran distintos y complementarios.
Pero ambos eran elegidos por Dios. Los hombres no intervenían para nada en su elección. Los sacerdotes fueron escogidos mediante la familia de Aarón. Él fue el primer sacerdote a quien Dios eligió para ser el representante del pueblo. De allí en adelante, todos los sacerdotes debían ser de la familia de Aarón. Dios los escogió para que intercedieran por el pueblo en el santuario y conser­varan la pureza de los servicios religiosos, a fin de preservar las verdades solemnes para las generaciones venideras.
El sacerdote, entonces, en virtud de su elevado rango y las responsabilidades que se le confirieron, llegó a ser un símbolo importante del Mesías. El sumo sacerdote, con su papel preponderante en el Día de la Expiación y su función trascendental como juez de la nación, debía representar el carácter de Dios, y, en particular, ser un tipo del Mesías venidero.
Como tales debían mantenerse apartados de la contaminación: «Como jefes de su pueblo, no deben hacerse impuros ni contaminarse […]. Considéralo santo, porque él ofrece el pan de tu Dios. Santo será para ti, porque santo soy yo, el Señor, que los santifico a ustedes» (Lev. 21:4, 8).

Cristo, sacerdote fiel I

Ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos (Hebreos 4: 14).

EL SACERDOCIO DEL SANTUARIO llegó a ser un símbolo del Mesías venidero. Especialmente el sumo sacerdote encarnaba con más dignidad ese papel mesiánico.
Para varios escritores del Nuevo Testamento, Cristo vino a cumplir las funciones del sumo sacerdote del santuario. Él llegó a ser nuestro sumo sacerdote por excelencia. Especialmente el autor de la Epístola a los Hebreos se concentró en desarrollar la función sacerdotal de Cristo a la luz del sacerdocio terrenal. El sumo sacerdote aarónico proveyó a Pablo las ideas básicas para hablar del ministerio de Cristo.
El primer asunto que Hebreos trata en relación con este simbolismo, es el carácter fiel y misericordioso de Cristo como sumo sacerdote ante Dios: «Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados» (Heb. 2: 17, 18). Dos aspectos se mencionan en relación con este simbolismo sacerdotal. Primero, que Cristo fue hecho semejante a sus hermanos. Así como el sumo sacerdote era tomado de entre los hombres, así Jesús adoptó la naturaleza humana para ser semejante a sus representados. Se suponía que el sumo sacerdote, por ser israelita y ser humano, debía compadecerse de sus congéneres. De ese modo, podía ser fiel y misericordioso con el pueblo a quien servía en el santuario, donde se expiaban los pecados de todos los israelitas.
En segundo lugar, el sumo sacerdote, por participar de la humanidad, estaba sujeto a la tentación y al pecado. Como tal, podía entender a sus hermanos cuando luchaban contra la tentación y caían víctimas del mal. Él los podía entender para socorrerlos en sus problemas espirituales.
De igual modo, Cristo adoptó plenamente la naturaleza humana, incluso con la posibilidad de caer en la tentación. Como bien lo sabemos, Jesús fue sometido a fieras tentaciones por el enemigo del hombre. Pero, gracias a Dios, salió victorioso.

Que Dios te bendiga,

Octubre, 26 2010

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