«El vengador de los mártires del Terror»

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(Antevíspera del Aniversario de la Muerte de Hermógenes Maza)

Sufrió diecisiete meses de torturas diarias bajo la amenaza constante de fusilamiento en una cárcel de Caracas, Venezuela. Diecisiete largos meses de presidio que lo trastornaron sicológica y moralmente. Diecisiete meses que dividieron su vida en dos partes: el hombre normal antes de 1814 y el enfermo de violencia después, hasta su muerte a los cincuenta y cinco años de edad… en la pobreza y la miseria, olvidado y alcoholizado.

Durante la primera parte de su vida creció como niño mimado de sus linajudos padres criollos santafereños, estudió como colegial rosarista de óptimo rendimiento académico y luchó como héroe de la Campaña Admirable en Venezuela. Sin embargo, a causa de la segunda parte de su vida, pasó a la historia con los temibles apodos de «el ángel exterminador de los españoles», «el vengador de los mártires granadinos del Terror» y «el discípulo predilecto de la guerra a muerte». Hermógenes Maza, sin lugar a dudas, fue una moneda con dos caras.

Es que 1814 fue un año terrible tanto para los realistas como para los patriotas. La meta, al parecer, era el mutuo exterminio. Y el joven Maza aceptó el reto.

Luego de escapar de la cárcel caraqueña, volvió a Bogotá y encontró que su familia había sido perseguida, su hermano asesinado, sus compañeros de colegio fusilados y sus bienes confiscados. Avivada con eso su sed de venganza, se dedicó a saciarla con una brutalidad «calculada». Por ejemplo, en 1819, bajo órdenes de no derramar sangre, el teniente coronel Maza metió en sacos de cuero a treinta prisioneros, los tiró vivos al río Magdalena, y luego le rindió el siguiente informe cínico al Libertador Bolívar: «Cumplidas sus órdenes. Con los últimos prisioneros no se derramó una sola gota de sangre.»1

Según el escritor colombiano Daniel Samper Pizano, durante esa misma campaña «a todo sospechoso que caía en sus manos [Maza] le preguntaba si prefería la devoción de San Francisco o de San Cipriano. Se trataba apenas de una trampa para detectar en la respuesta el típico ceceo castellano (Franzisco, Zipriano), caso en el cual el cristiano era pasado de inmediato por las armas. Ese recurso —comenta el ingenioso autor de Lecciones de histeria de Colombia— inició en Colombia la decadenssia de la devossión por San Franssisco y San Ssipriano y, sobre todo, la veloss extinssión del ssesseo.»2

Quiera Dios que, a diferencia de Maza, los que disfrutamos de los beneficios de la independencia por la que él luchó nos dediquemos más bien a satisfacer nuestra sed de reconciliación, no sólo con el prójimo de alguna patria lejana o de una nación vecina, sino también con Dios mismo. De ser así, nuestra vida, al igual que la de Maza, se distinguirá por dividirse en dos partes, sólo que en el caso nuestro a la inversa: la antigua, deformada por el mundo, y la nueva, transformada por Jesucristo, el Hijo de Dios, que será el objeto incuestionable de nuestra devoción.3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Gonzalo Buenahora, «El General Maza», Ecos Políticos (Agencia de Noticias Vieja Clío, Mompós, 1847) <https://ecospoliticos.com/historia/626-el-general-maza> En línea 2 febrero 2019; Armando Gómez Latorre, «Hermógenes Maza, el ángel exterminador», El Tiempo, Archivo, 5 mayo 1992 <https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-107833> En línea 2 febrero 2019; y Jorge Núñez Sánchez, «El terrible Hermógenes Maza», El Telégrafo, 31 julio 2014 <https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/ columnistas/1/el-terrible-hermogenes-maza> En línea 2 febrero 2019.
2Daniel Samper Pizano, Lecciones de histeria de Colombia (Bogotá: El Áncora Editores, 1993), p. 168.
3Mt 5:23-24; Ro 5:10; 12:1-2; 2Co 5:18-20; Ef 4:32; Col 1:19-22; 3:13

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