EN QUIEN CONFIAS?

¿En quién confías?

En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá.
2 Reyes 18:5.

Francisco miró un día a sus padres, y les dijo: -Siempre respeté la fe de ustedes. Ahora, por favor, les suplico que respeten ustedes mis convicciones.
A los treinta años de edad, el joven ejecutivo, nacido en un hogar cristiano, consideraba parte de sus sueños realizados: hablaba cinco idiomas, y viajaba por el mundo cerrando grandes negocios para la empresa que representaba. Alto, apuesto, atlético, jugaba tenis tres veces por semana. Cargado de dinero y rodeado de bellas mujeres, había llegado a la conclusión de que sus padres eran gente demasiado simple, y que la fe de ellos los había relegado al ostracismo.
¿Alguna vez estuviste disfrutando de un día esplendoroso, de cielo limpio y sol brillante? ¿Ni una nube que quiebre el intenso azul del terciopelo cósmico? Y repentinamente, en cuestión de segundos, todo cambió, y la tormenta tomó a todos desprevenidos. Bien, fue eso lo que sucedió a Francisco. Solo que no había cielo en su vida; por lo menos, no el que infunde esperanza en las horas cruciales.
Lo perdió todo. De la noche a la mañana: perdió el empleo, la salud y acabó en prisión… Él nunca supo explicar quién colocó droga en su valija.
¿Podría haber sido víctima de un acto de venganza, si hubiese estado bien con Dios? Claro que podría: quienes confían en el Señor no están libres de traiciones y de maldades. El problema de Francisco fue que, en la hora del dolor, estaba solo. Los cinco idiomas que hablaba, el dinero, la brillante carrera profesional; nada fue capaz de librarlo de aquella situación injusta. Una fría mañana del mes de junio, lo encontraron colgado dentro de la celda. Se había ahorcado.
Con Ezequías sucedió diferente. El texto de hoy habla de este extraordinario joven rey. El brillo del éxito no lo mareó; la fama y el poder no lo hicieron olvidarse de Dios. Y, en los momentos de mayor dificultad, él sabía en quién depositar su confianza.
¿Qué es lo que hace Dios por ti? No siempre te libra del problema como resultado de un acto milagroso. Pero con toda seguridad, coloca paz en tu corazón, te da una visión diferente de la realidad, te inspira, y emplea tus propios talentos para salir de la hora difícil.
Por eso hoy, antes de salir para las luchas de la vida, recuerda a Ezequías, que “en Jehová Dios de Israel, puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre los reyes de Judá”.

Que Dios te bendiga,

Enero, 22 2011

¿Corrección o castigo?

¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo fundaste para castigar. Habacuc 1:12.

Yo solo quería ser feliz. Nunca fue mi intención traer dolor a tanta gente”, balbuceaba Patricia, con la cabeza entre las manos, sollozante y desesperada.
Tal vez no quisiese: nadie quiere, en sana conciencia, hacer sufrir a las personas que ama. Pero, la vida es así: entras en un tobogán, y despiertas recién cuando el dolor es una realidad. Patricia es el típico ejemplo de alguien que no quiso ajustar su vida a las enseñanzas divinas. “No me gusta le religión -decía-, porque no tienes libertad. ¿Por qué Dios tiene que decir todo lo que debo hacer?”
El texto de hoy habla de cuatro atributos divinos: su eternidad, su santidad, mi justicia y su poder. De estos cuatro, el más difícil de ser aceptado por el ser humano es, tal vez, la justicia.
Después de la entrada del pecado, el ser humano se volvió independiente; se apoderó de la vida que le fue confiada. Se hizo señor de su propio destino. ¿Cuál fue el resultado? Dolor, tristeza, sufrimiento y muerte.
Cuando la serpiente se presentó a Eva en el Jardín, llegó con una idea seductora: “No necesitas de Dios. La obediencia tiene, como único propósito, conservarte en el plano de una simple criatura. Tú puedes ser más que eso. Puedes decidir lo que es bueno o malo para ti”.
Eva cayó; Adán, también. Continuamos cayendo todos los días. En las horas de dolor y de desesperación, acudimos al poder divino. En los momentos de enfermedad y de muerte, pensamos en la eternidad de Dios. Cuando el pecado mancha nuestra vida al punto de asfixiarnos, recordamos su santidad. Pero, en momento ninguno aceptamos su justicia; por lo menos, no la justicia de la que habla Habacuc en el texto de hoy.

El profeta usa la palabra hebrea Mishpat, que significa, literalmente, el hecho de decidir un caso. Si Dios es justo, es él quien decide. El ser humano tiene el derecho de aceptar o rechazar el camino que Dios le presenta, pero no tiene el derecho de escoger el mal y llamarlo bien: Dios es el único que se atribuye el derecho de decidir lo que es correcto o incorrecto, moral o inmoral.
Haz de este día un día de sumisión a la justicia divina. Jamás pierdes al hacerlo. Creces, ganas, y tienes la garantía de la vida eterna. Di, como Habacuc: “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos. Oh Jehová, para juicio lo pusiste”.

Que Dios te bendiga,

Enero, 23 2011

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