«¿Habrá alguno que ose sacrificar su vida?»

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Imagen por Steve Slater (used to be Wildlife Encounters)

(Día de Juan Santamaría — Batalla de Rivas)

Quiero cantar al héroe aun olvidado,
al gran Santamaría
que en alas de su genio conducido
—de la nada social donde yacía—
se alzó transfigurado,
al cielo esplendoroso de la gloria,
sellando con su muerte la victoria.
. . . . . . . . . .
Era el once de abril. ¡Glorioso día!…
Los bélicos y fieros
ejércitos que osaban,
cual buitres carniceros,
cebarse en nuestros campos de esmeralda,
ciudades y praderas,
parapetados tras el fuerte muro
del Mesón invencible,
en Rivas ¡ay! diezmaban
nuestras invictas huestes altaneras.

¿Cómo [entonces vencer] al enemigo?
¿Cómo volar ese edificio horrible,
si en tan duro momento
nuestras marciales tropas carecían
de recursos, pericia y armamento?

Mas en tan triste y apurada suerte,
¡oh hermosa Patria mía,
sobraban corazones esforzados
prestos su vida a dar por defenderte!…

En medio del rugir de la metralla,
del hondo espanto, confusión y muerte,
se alzó con energía
la voz del bravo Cañas que decía:
—¿Entre tantos valientes habrá alguno
que ose sacrificar su vida, yendo
el Mesón a incendiar? —Resueltamente,
yo —al punto contestó Santamaría,
de nuestras filas
intrépido saliendo—;
mas les encargo —con ternura dijo—,
no olviden a mi madre.
Y aquel heroico hijo
de la Patria, con noble continente,
serena la mirada,
alta la oscura frente
de enmarañados crespos coronada,
y el pecho henchido por su ingente idea,
hacia el Mesón temible,
de do surgía inclemente
la muerte asoladora,
se adelantó impasible
blandiendo al aire la fulmínea tea.
. . . . . . . . . .
Una bala de pronto el brazo fuerte
do fulmina la tea,
le hiere, mas ¿qué importa?
si libre aún le queda la otra mano
para vengar la Patria
y desafiar hasta la misma Muerte;
hacia ella se adelanta presuroso:
del edificio al muro se encarama,
préndele fuego, y la rojiza llama
se aviva y se retuerce
lamiendo y devorando el alto techo,
que cruje y se desploma
entre el terror del enemigo odioso
que en medio del incendio, a su despecho,
enfurecido se revuelve y brama.
¡Ay! otra bala le atraviesa el pecho
al ínclito soldado,
y a tierra viene ese héroe belicoso
a quien la Patria con justicia aclama
como a su hijo más noble y valeroso.

Así supo morir en ese día
el gran Santamaría.1

Con estos versos publicados en 1887 en la revista «Costa Rica Ilustrada» le rinde homenaje el poeta costarricense Emilio Pacheco a su compatriota Juan Santamaría. Lamentablemente, así como muchos de su pueblo no habían advertido la gloriosa hazaña de aquel humilde héroe nacional, oriundo de Alajuela, durante los treinta y un años que habían transcurrido desde que él había prendido fuego al mesón en el que estaban acuarteladas las tropas enemigas,2 también hay en la actualidad muchos de nuestro pueblo que parecen no haber advertido la gloriosa hazaña de Jesucristo, el héroe de la historia universal, procedente del cielo, que se humilló hasta la muerte de cruz para extinguir al enemigo de nuestra alma.3 Y conste que Cristo, el Hijo de Dios, bien pudo haberle servido de inspiración a aquel hijo de la patria, ya que hacía más de 1.800 años Cristo no sólo había osado sacrificar su vida sino también había encomendado a su madre al cuidado de su discípulo amado.4

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Emilio Pacheco, «Juan Santamaría», Costa Rica Ilustrada, San José, 15 septiembre 1887, pp. 105-06.
2Rodolfo González, «Los dos rostros del Erizo», El Financiero, 14 abril 2001; <http://www.elfinancierocr.com/ef_archivo/2001/abril/14/estilos1.html> En línea 26 noviembre 2010; «11 de abril de 1856», Costa Rica Hoy <http://costaricahoy.info/destacados/11-de-abril-de-1856/7142/> En línea 26 noviembre 2010.
3Fil 2:5-11
4Jn 19:17-30

Un Mensaje a la Conciencia

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