La «casa de las muertes»
Imagen por Jerzil
Don Diego era un soldado, feroz en la lucha cuerpo a cuerpo; pero era también un poeta, que con sus versos conquistaba a las mujeres más difíciles de conquistar, y luego las despreciaba. La fama que tenía de ser un donjuán se extendía por toda Salamanca. Hasta que un día conoció a doña Mencia, una hermosa joven que acababa de salir de un convento.
Don Diego se casó con ella, y vivieron en la casa número 6 de la calle Bordadores. Pero en una de sus ausencias guerreras oyó el rumor de que su esposa le estaba siendo infiel. Así que regresó a casa al galope y fingió que no creía aquellas noticias.
Acto seguido, uno, y luego otro, de los amantes de doña Mencia aparecieron muertos a los pies del balcón de la casa, sin que nadie supiera nada. Ya ningún otro hombre se atrevía siquiera a mirar a aquella mujer… hasta que apareció don Lope. Pero la noche en que don Lope decidió desafiar todo peligro por estar con ella, don Diego, el burlador burlado, lo estaba esperando, emboscado en la oscuridad de la calle.
Al llegar don Lope a la puerta de la casa, llamó con la señal convenida, pero la respuesta que escuchó entre el aullido del viento y el golpear de la lluvia fue un grito a su espalda:
—¡Defendeos, don Lope!
Chocaron las espadas, y se trabaron en combate mortal. Don Lope cayó muerto en la calle. Don Diego, a su vez herido de muerte, se tambaleó hasta llegar a la habitación de su esposa. Doña Mencia, esperando recibir a don Lope, palideció al ver más bien a su marido, con la espada cubierta en sangre.
A la mañana siguiente los vecinos descubrieron el cuerpo sin vida de don Lope tendido en la calle. Y a través del balcón abierto vieron muertos a don Diego y a doña Mencia, ella con los ojos aún abiertos y horrorizados, y él con las manos aún atenazando el cuello de ella. Era como si don Diego, hasta después de muerto, no estuviera dispuesto a soltar a aquella mujer a la que él consideraba su propiedad.
Desde entonces los salmantinos llamaron a esta vivienda la «Casa de las Muertes».1
¡Qué extremos éstos a los que muchos están dispuestos a ir para hacer valer sus derechos conyugales! ¡Pero qué contraste presentan con lo que hace Dios en tales circunstancias!
En el libro del profeta Oseas, Dios se encuentra en la misma situación insoportable que don Diego. «Ya no hay entre mi pueblo fidelidad ni amor»,2 juzga el Señor de Israel. Así que, para darle una lección a ese pueblo infiel, Dios le manda a Oseas que se case con una prostituta, sabiendo de antemano que ella lo va a traicionar. Pero luego de que aquella mujer le es infiel a su esposo el profeta, en lugar de darle licencia al pobre hombre para que se vengue, Dios le dice más bien: «Ve y ama a esa mujer adúltera, que es amante de otro. Ámala como ama el Señor a los israelitas, aunque se hayan vuelto a dioses ajenos».3
Es que Dios nos ama tanto que nos perdona una y otra vez, porque si bien a Él le duele mucho que dejemos de serle fieles, le duele aún más que dejemos de amarlo. Más vale que aprovechemos ese perdón y cultivemos una relación de por vida con Él, para así disfrutar al máximo de su amor incomparable.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Laura Rivas Arranz, «Leyendas de la Casa de las Muertes», Historias del cuarto de atrás, 28 octubre 2012 <https://historiasdelcuartodeatras.blogspot.com/2012/10/ leyendas-de-la-casa-de-las-muertes.html > En línea 2 junio 2017. |
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3 | Os 3:1 |