«La compuerta número 12»

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Imagen por raymond_zoller

«El viejo tomó de la mano al pequeño, y juntos se internaron en el negro túnel.

»—Señor, aquí traigo al chico….

»—… Este muchacho es todavía muy débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?

»—Sí, señor,… somos seis en casa y uno solo el que trabaja. Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron nunca otra escuela que la mina….

»—Juan —[ordenó el capataz]—, lleva este chico a la compuerta número doce. Reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida….

»[Después de que le enseñaron] el manejo de la compuerta… Pablo… la abrió y cerró repetidas veces, desvaneciendo la incertidumbre del padre [de] que… las fuerzas de su hijo no bastasen para aquel trabajo….

»… El viejo… le dio a entender que les era forzoso dejarlo solo, pero que no tuviese miedo, pues había en la mina muchísimos otros de su edad, desempeñando el mismo trabajo, que él estaba cerca y vendría a verlo de cuando en cuando, y una vez terminada la faena, regresarían juntos a casa….

»… Al ver [los ojos de Pablo] llenos de lágrimas, desolados y suplicantes levantados hacia él… [el viejo minero sintió] una piedad infinita…. Pero aquel sentimiento… se extinguió repentinamente ante el recuerdo de su pobre hogar y de los seres hambrientos y desnudos de los que era el único sostén…. Los pequeñuelos respirando el aire emponzoñado de la mina crecían raquíticos, débiles, paliduchos; pero había que resignarse, pues para eso habían nacido.

»Y con resuelto ademán el viejo desenrolló de su cintura una cuerda delgada y fuerte y, a pesar de la resistencia y súplicas del niño, lo ató con ella por mitad del cuerpo y aseguró, en seguida, la otra extremidad en un grueso perno incrustado en la roca….

»La criatura, medio muerta de terror, lanzaba gritos penetrantes de pavorosa angustia, y hubo que emplear la violencia para arrancarla de entre las piernas del padre, a las que se había asido con todas sus fuerzas…. Sus voces llamando al viejo, que se alejaba, tenían acentos… desgarradores… hondos y vibrantes…. Antes de abandonar la galería, [el infeliz padre] se detuvo un instante y escuchó una vocecilla tenue como un soplo, [que] clamaba allá muy lejos, debilitada por la distancia: “¡Madre! ¡Madre!”»1

¡Con razón que este patético cuento relatado por Baldomero Lillo titulado «La compuerta número 12» —el segundo de ocho que conforman la primera edición de su obra clásica Sub terra: Cuadros mineros, publicada en 1904— haya suscitado tantos artículos críticos sobre el problema social existente en las minas señalando que era urgente que el gobierno interviniera para evitar el trabajo de los niños! Las condiciones que describió Lillo las conocía él como testigo ocular, habiendo nacido y vivido durante toda su infancia en la pequeña ciudad minera de Lota, Chile, donde se encontraba la antigua mina de carbón que pasó a llamarse «Chiflón del Diablo».2 Sin duda Dios mismo inspiró a Lillo para que las denunciara, así como inspiró a San Pablo a que dijera que los hijos no deben tener que juntar dinero para los padres, e inspiró también al sabio Salomón a que advirtiera de modo proverbial: «Quien cierra sus oídos al clamor del pobre llorará también sin que nadie le responda.»3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Baldomero Lillo, «La compuerta número 12», Sub terra: Cuadros mineros (Santiago de Chile: Imprenta Moderna, 1904), pp. 19-35.
2Raúl Silva Castro, Baldomero Lillo (1867-1823) (Santiago de Chile: Editorial Nascimento, 1968), pp. 7-8,20; «Mina Chiflón del Diablo», Consejo de Monumentos Nacionales de Chile (CMN) <https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/ monumentos-historicos/mina-chiflon-diablo> En línea 10 enero 2022.
32Co 12:14; Pr 21:13

Un Mensaje a la Conciencia

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