LA VENIDA DEL ESPIRITU

La venida del Espíritu

De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva. Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él (Juan 7: 38, 39).

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO, el derramamiento del Espíritu Santo se consideraba una de las bendiciones de los últimos días. El profeta Joel escribió: «Después de esto, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas. En el cielo y en la tierra mostraré prodigios: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible» (Joel 2: 28-31). En el judaísmo, estas palabras se entendían como una promesa: Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad en los últimos días de la historia. Se decía que en la era mesiánica, el Espíritu sería derramado sobre el pueblo de Dios. El apóstol Pedro citó estas palabras de Joel y las aplicó a lo que sucedió en el día del Pentecostés (Hech. 2: 17-21). Dio a entender que esta bendición de los últimos días ya había llegado.
Con la venida de Cristo, la promesa del Espíritu llegó a ser una realidad. Él fue engendrado por el Espíritu, y Juan dijo: «Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo» (Mar. 1:8). Jesús prometió derramar el Espíritu Santo sobre sus seguidores, y cuando ascendió al cielo les impartió este poder para cumplir su misión: «Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hech. 1:8).
El Espíritu Santo sería el otro consolador prometido a sus seguidores. Esa promesa futura se hace realidad en el presente para el cristiano: «El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios» (Rom. 8: 16).

La resurrección

Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba (Colosenses 3: 1).

LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN no aparece muy frecuentemente en el Antiguo Testamento. A Daniel, sin embargo, se le dijo: «Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa» (Dan. 12: 13). En la tradición farisaica, la resurrección de los muertos estaba asociada con el fin de esta era. La venidera seria de la resurrección. Nuestro Señor también enseñó que la resurrección pertenecía a la era venidera: «Y esta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el día final. Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final» (Juan 6: 39, 40). «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final» (vers. 44). «No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán de allí» (Juan 5: 28, 29).
Pero como Jesús es la resurrección y la vida (Juan 11: 25), y la vida ha invadido este mundo con la presencia de Cristo, resulta que la resurrección es una experiencia actual y presente. Por eso Jesús declaró: «Ciertamente les aseguro que ya viene la hora, y ha llegado ya, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5: 25). La hora de resucitar a los muertos espirituales ya está aquí. Los que responden a la voz del Hijo de Dios, pueden tener vida. La resurrección, reservada solo para el día final, por la presencia de Cristo es una realidad actual. El que cree en Cristo resucita a una vida nueva: «Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales» (Efe. 2: 6).

Que Dios te bendiga,

Noviembre, 21 2010

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