«Los últimos charrúas» (2a. parte)
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En la obra titulada Caballos de Troya de la historia, el escritor español Javier Sanz comienza a relatar el trágico fin de «los últimos charrúas» a manera de diario:
«Domingo 22 de julio de 1833, París: Senaqué, el más viejo de los cuatro, el “hombre que cura”, el chamán de su clan, se ha pasado los últimos días de cara a la pared, en un rincón, quejándose en su rústico español: “¡Pobre Senaqué, pobre Senaqué!” Hace días que no prueba bocado, y se debilita poco a poco. Los académicos del Museo de Historia Natural [de Francia] resuelven internarlo en un sanatorio para intentar que recobre la salud. El dinero necesario para ello saldrá del fondo destinado al “tratamiento de animales raros”. Pero todo es inútil. Devastado por la tristeza y por la angustia, agobiado por el encierro y debilitado por el ayuno, el viejo charrúa muere el 26 de julio, poco más de cinco meses después de haber sido arrancado de su tierra. El Museo de Historia Natural se hace cargo de su cuerpo: se le quitan los órganos internos para estudiarlos, algunos de los cuales terminan siendo embalsamados. Con su piel se construye un moldeado de tamaño natural, relleno de paja, aunque sus rasgos son “europeizados”: se le coloca cabello más corto y prolijamente peinado hacia atrás, y se le agregan unos ridículos bigotes, sin tener en cuenta que los charrúas eran lampiños….
»Viernes 13 de septiembre de 1833, París: El cacique Vaimaca [Pirú sobrevive] a su compañero apenas un mes y medio, y [muere] consumido por los mismos males que se llevaron a su viejo amigo. Sus restos [corren] una suerte similar a los de Senaqué. Apenas muerto, se realiza un vaciado en yeso de su cráneo, en base al cual se realiza un busto de gran fidelidad en cuanto a los rasgos se refiere. El resto de su cuerpo es objeto de diversos estudios y análisis; [por ejemplo,] se emplean distintos trozos de su piel para un estudio de suma importancia: ¡determinar la cantidad de glándulas sebáceas y de folículos pilosos que tenía! El cráneo, por su parte, es trepanado y luego serrado para estudiar el cerebro. Su esqueleto se conserva y [le es] cedido más tarde al Museo del Hombre de París.»1
Gracias a Dios, su Hijo Jesucristo se hizo hombre para identificarse plenamente con todos nosotros, incluso con hombres como el cacique Vaimaca Pirú y el chamán Senaqué. Siendo el Sanador a quien la gente acudía para ser curada, Cristo dejó que lo azotaran y lo crucificaran, y murió en nuestro lugar, cargando con nuestras enfermedades para que todos podamos ser sanados. Y siendo por naturaleza Dios, se humilló a sí mismo para que algún día todos los que lo reconozcamos como nuestro Salvador y Cacique divino podamos ser exaltados junto con Él y disfrutar de un cuerpo como el suyo: glorificado, imperecedero e inmortal.2
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Javier Sanz, «Una traición, una masacre y una infamia» en Caballos de Troya de la historia: Engaños e ingenio de todos los tiempos que vencieron en la paz y en la guerra (Madrid: La Esfera de los Libros, 2014), pp. 62-64; y «Los últimos charrúas: infamia a la francesa» <https://historiasdelahistoria.com/2013/04/11/ los-ultimos-charruas-infamia-a-la-francesa> En línea 8 noviembre 2021. |
2 | Is 53:5; Mt 8:16; 1Co 15:42,51-53; Fil 2:6-11; 3:20-21; 1P 2:24; 1Jn 3:2 |