Más que una sensación de déjà vu
(Víspera del Aniversario del Terremoto de 1998 en Aiquile y Totora, Bolivia)
Era el primero de septiembre de 1958 en Aiquile, Bolivia. Aquel día impresionante Martha tenía apenas ocho años. Fue tal la impresión, que lo sucedido se le quedó grabado en la memoria y pudo contarlo con lujo de detalles sesenta años más tarde. «Estaba en la escuela primaria María Jiménez de Castellón, en un examen de declamación con la profesora Olga Betancourt —lo recordó Martha—. A eso de las diez de la mañana, más o menos, la tierra empezó a temblar. Todas las niñas salimos corriendo y nos caíamos unas sobre otras por la desesperación. La directora, Aida Delgadillo de Luján, nos llevó al patio. Desde ahí veíamos cómo las tejas del techo se venían abajo. Cuando por fin salimos a la calle Bolívar, los postes se movían como si fueran palitos. Se veían unas ondas en la calle y se sentía un fuerte olor a mineral. Unas señoras vestidas con largas faldas que les llegaban a los tobillos empezaron a caminar de rodillas, cantando:
Pequé, pequé, Dios mío.
¡Piedad, Señor, piedad!
//Si grandes son mis culpas,
mayor es tu bondad.//
Sus ojos se humedecían por las lágrimas mientras alzaban las manos y miraban al cielo.»1
«No hay registros de que aquella mañana de finales de invierno del 58 hubiera víctimas fatales, sino sólo testimonios de pavor», concluye la periodista boliviana Rocío Lloret Céspedes en la Revista Digital La Región.2 Tal es el caso de Luisa Arnez, doña Lucha, que estaba embarazada. El terremoto la impresionó a tal grado que la llevaron de emergencia a Cochabamba, donde dio a luz a un hijo, al que posteriormente bautizó con el nombre de Freddy Flores Arnez.
Cuarenta años más tarde, el 22 de mayo de 1998, ese hijo, que había sido alcalde y vicepresidente del comité cívico, fue una de las setenta y cinco víctimas de otro terremoto allí mismo en Aiquile, el mayor registrado en la historia de Bolivia. Según el relato del escritor y periodista boliviano Raúl Peñaranda, Freddy «vivía en una casa de dos plantas de la calle Bolívar con su esposa, que esperaba un bebé, y sus dos hijos. No logró escapar. Con el primer temblor, parte del techo cayó sobre él y toda su familia. Trece minutos más tarde, el segundo sismo terminó por sepultarlo. Freddy, su esposa y el niño que venía en camino murieron. Los dos hijos mayores sobrevivieron, pero quedaron huérfanos.»3 Su padre había llegado al mundo con un terremoto, y se había ido con otro.
Si bien aquellos terremotos se debieron a más de doce fallas geológicas que hay en esa zona de Bolivia,4 y no a que Dios estuviera castigando a los pobladores por el monto de sus pecados, era acertada la letra de la canción que estaban cantando aquellas señoras en 1958. Es que todos hemos pecado, y nuestras culpas nos han separado de Dios; pero su bondad es aún mayor.5 Más vale que permitamos que nos muestre esa infinita bondad divina antes de que sea demasiado tarde.
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net
1 | Rocío Lloret Céspedes, «El día que la tierra mostró su furia», Revista Digital La Región, 18 mayo 2018 <https://www.laregion.bo/el-dia-que-la-tierra-mostro-su-furia-2/> En línea 3 diciembre 2020. |
2 | Ibíd. |
3 | Raúl Peñaranda, «Terremoto, la noche más larga: Reportaje sobre el sismo que destruyó Aiquile», PDF descargado de la Internet 1 noviembre 2019. |
4 | Rocío Lloret Céspedes. |
5 | Is 59:2; Ro 3:23; 5:20; 6:23; 2Co 12:9; Stg 4:6 |