Mucho fruto

El orden natural de un árbol que produce fruto es que, primero una semilla debe ser sembrada para luego convertirse en ese árbol y después producir fruto, ya que esa es su naturaleza. No es posible que un árbol cuya naturaleza es dar fruto no los dé, así como tampoco es posible que una semilla de mango produzca manzanas o uvas, es totalmente imposible, ¿no es así? Vayamos ahora al plano espiritual y en la vida del creyente y mira lo que nos enseña la Palabra de Dios en este día: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Juan 15:1-2 RVR1960).

El Señor Jesús nos ve como pámpanos que están en él, siendo Él la vid y el Padre el labrador. Y hay dos cosas que me llaman poderosamente la atención de este texto y son los pámpanos que no llevan fruto y aquellos que sí. Empecemos primeramente por meditar en el pámpano que no lleva fruto. Para ello, veamos el siguiente pasaje. Dice la Palabra en Mateo 21:18-19 RVR1960, “por la mañana, cuando volvía a la ciudad, Jesús sintió hambre. Vio una higuera junto al camino y se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo a la higuera: ¡Nunca más vuelvas a dar fruto!Y al instante la higuera se secó”. La pregunta que nos hacemos después de leer este pasaje es por qué razón el Señor maldijo la higuera. Resulta que en ese momento era época de cosecha y el Señor esperaba que la higuera tuviera algo, pero solo tenía hojas. ¿Cuántos de nosotros nos identificamos con esa higuera en época de cosecha, pero sin frutos? Si hasta hoy eras ese pámpano que no producía fruto, debes propender por empezar a tener frutos, de lo contrario correrás la misma suerte de la higuera. Dice el Señor Jesús que, pámpano que no lleve fruto, el Padre lo quitará. Si en ti no hay frutos, entonces serás desechado, quizá suene fuerte, pero si el Señor maldijola higueray se secó, ¿qué te hace pensar que puedes correr con una suerte diferente? Según el orden natural de las cosas, tú también fuiste creado y llamado para dar fruto, no solo para tener hojas.

Meditemos finalmente en aquel pámpano que sí produce fruto. Una característica de este, según la Palabra, es que será limpiado y como resultado de esa limpieza, podrá llevar más fruto del que ha dado. Es decir que aquel creyente que da fruto, el Señor lo procesará de tal manera que aquello que no necesita, lo que impida que pueda correr libremente la carrera lo quitará para que pueda ir por más. Quizá te debas preguntar y, ¿de qué me debe limpiar el Señor? Con el tiempo que llevo en la iglesia ya todo está bien. Sin embargo, hay cosas como: maldiciones generacionales que querrán alcanzarte, iniquidades de tus padres y abuelos que te querrán pasar factura, entre otros, cosas sobre las cuales no tenías conocimiento que te afectan en lo espiritual y por eso necesitas ser limpiado. El salmista afirmaba, “¡Purifícame con hisopo, y estaré limpio! ¡Lávame, y estaré más blanco que la nieve!” (Salmos 51:7 RVC), lo cual es un indicio de reconocer que aún existían cosas que afectaban su comunión con Dios. Pide al Señor que Su Santo Espíritu pueda revelarte cuáles son esas cosas para que puedas ser limpiado y llevar más frutos en Él. Espero que esta corta reflexión haya hablado tremendamente a tu vida como habló a la mía. No olvides ser de bendición para otros, comparte el mensaje con alguien más.

Bajo la guía del Espíritu Santo,

Sergio Meza Padilla.

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