«¡Padre mío!»

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Imagen por Eyewall ZRH

(Último domingo de julio: Día del Padre en la República Dominicana)

Si bien el médico, abogado, escritor, pedagogo y expresidente dominicano Francisco Henríquez y Carvajal tuvo una marcada influencia en la vida y carrera de sus ilustres hijos —entre ellos Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña—, la tuvo igualmente su insigne esposa Salomé Ureña, la madre no sólo de éstos sino también de la poesía dominicana. Salomé misma había aprovechado al máximo la instrucción de su propio padre —el magistrado, educador, poeta y escritor dominicano Nicolás Ureña de Mendoza—, quien la había guiado en la lectura de los clásicos españoles y franceses, por lo que la joven Salomé había alcanzado una formación intelectual y literaria envidiable, y más aún para una mujer de aquella época. Con motivo de la muerte de don Nicolás en 1875, Salomé compuso los siguientes versos titulados «¡Padre mío!»:

Muda yace la alcoba solitaria
donde naciste a la existencia un día,
do, desdeñando la fortuna varia,
tu vida entre el estudio discurría.

¡Ay! De una madre en el regazo tierno
por vez primera te dormiste allí,
y allí, de hinojos, tu suspiro eterno
entre sollozos tristes recogí.

Hoy, al entrar en tu mansión doliente,
donde reina silencio sepulcral,
nadie a posar vendrá sobre mi frente
el beso del cariño paternal.

Ninguna voz halagará mi acento,
ni un eco grato halagará mi oído:
sólo memorias de tenaz tormento
tendré a la vista de tu hogar querido.
. . . . . . . . . .
Cuando de angustia desgarrado el pecho
te sostuve en mis brazos moribundo;
cuando tu cuerpo recosté en el lecho
donde el postrer adiós dijiste al mundo;

cuando, de hinojos, anegada en llanto,
llevé mis labios a tu mano fría,
y entre tanta amargura y duelo tanto
miraba palpitante tu agonía;

después ¡oh, Dios! cuando besé tu frente
y a mi beso filial no respondiste,
de horror y espanto se turbó mi mente…
Y aún teme recordarlo el alma triste.

¡Momento aciago! Su fatal memoria
cubre mi frente de dolor sombrío.
Siempre en el alma vivirá su historia,
y vivirá tu imagen, padre mío…

Cuando las sombras con su velo denso
dejan el orbe en lobreguez sumido,
en el misterio de la noche pienso
que aún escucho doliente tu gemido;

y finge verte mi amoroso anhelo
bajo el abrigo de tu dulce hogar,
y me brindas palabras de consuelo
y mis lágrimas llegas a enjugar.
. . . . . . . . . .
… si de ese mundo que el dolor extraña
mi llanto has visto y mi amargura extrema,
sobre mi frente, que el pesar empaña,
haz descender tu bendición suprema.1

Sólo nos queda suponer que el padre de Salomé, de haber sido posible hacerlo desde «ese mundo», hubiera deseado responder a esta triste petición con las bendiciones de Jacob a dos de sus doce hijos, diciendo: «Tú, Salomé, eres como una venada suelta, madre de hermosos venaditos…. Harás justicia en tu pueblo [porque] amas la libertad.»2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Salomé Ureña de Henríquez, Poesías completas (Ciudad Trujillo [Santo Domingo]: Impresora Dominicana, 1950), pp. 156-58 <https://minerva.usc.es/bitstream/10347/12088/1/AR.735.pdf> y <https://issuu.com/librosdominicanosenpdf/docs/salom__ure_a_de_henr_quez_-_poes_as> En línea 6 febrero 2023.
2Gn 49:21,16 (NVI, TLA)

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