Parábola de las flexiones de pecho

landscape
Imagen por Theophilos

Esteban era el alumno más fornido de la clase de religión del profesor Pérez. Un día el profesor le pidió que se quedara un rato después de la clase, y le preguntó:

—¿Cuántas flexiones de pecho puedes hacer?

—¿Flexiones de pecho?

—Sí, también se conocen como planchas y lagartijas.

—¡Ah! Puedo hacer sesenta —le contestó Esteban.

—¿Sesenta? ¡Muy bien, Esteban! —lo felicitó el profesor—. ¿Crees que podrías hacer ciento veinte?

—No sé —respondió Esteban—; nunca he hecho ciento veinte seguidas.

—¿Qué tal si las haces en series de cinco? Necesito que este viernes hagas ciento veinte en series de cinco. ¿Crees que puedes hacerlo?

—Bueno, creo que sí. Por lo menos puedo intentarlo.

Y así quedaron. Ese viernes al comienzo de la clase el profesor Pérez sacó una caja llena de las galletas predilectas de todos, se acercó a la primera niña en la primera fila y le preguntó:

—María, ¿quieres una galleta?

María respondió:

—Sí, gracias.

—Entonces el profesor se volvió a Esteban y le preguntó:

—¿Puedes hacer cinco flexiones de pecho para que María reciba una galleta?

—Claro —dijo Esteban—, y comenzó a hacer cinco flexiones.

Tan pronto como Esteban terminó de hacerlas, el profesor puso una galleta sobre el pupitre de María. De ahí pasó a José, el próximo alumno, y le preguntó:

—José, ¿quieres una galleta?

Cuando José le dijo que sí, el profesor le pidió a Esteban que hiciera otras cinco flexiones, Esteban las hizo, y José también recibió su galleta.

Así procedieron hasta que terminaron la primera fila. Esteban hizo cinco flexiones por persona para que cada una pudiera recibir su galleta. En la segunda fila llegaron a Pedro, el capitán del equipo de fútbol. Cuando el profesor le preguntó si quería una galleta, Pedro respondió:

—¿Acaso no puedo hacer las flexiones yo mismo?

—No, las tiene que hacer Esteban —le contestó el profesor.

—Entonces yo no quiero una galleta —replicó Pedro.

No obstante, el profesor le pidió a Esteban que hiciera cinco flexiones de pecho para que Pedro recibiera la galleta que no quería, y le dijo a Pedro que, si no la quería, la dejara encima del pupitre.

Al ver que Esteban sudaba y que ya no volvía a levantarse entre series porque le exigía demasiado esfuerzo, los alumnos de la tercera fila dijeron uno tras otro que no querían la galleta. Sin embargo, cada vez que Esteban hacía otras cinco flexiones, el profesor ponía una galleta en el siguiente pupitre.

Al final de la cuarta fila, los brazos de Esteban le temblaban con cada flexión, y gotas de sudor le corrían por el rostro, así como las lágrimas de los alumnos que lo observaban. Cuando terminó de hacer la última flexión, consciente de que había logrado hacer todas las flexiones necesarias, sintió que se le desplomaron los brazos y cayó de bruces contra el piso.

El profesor Pérez dijo entonces:

—Fue así como nuestro Salvador Jesucristo exclamó con fuerza: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!»1 Y consciente de que había hecho todo lo necesario para pagar el precio de nuestra salvación, se desplomó en la cruz y murió, aun por los que no querían aceptar esa salvación.2

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Lc 23:46
2Esta parábola procede de lo sucedido en una clase de seminario en la que el profesor era el doctor Jack R. Christianson, de Orem, Utah, EUA.

Un Mensaje a la Conciencia

Comparte:
Palabras claves:, ,


Dejar comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *