Por ocultar la evidencia
Visitación Irizarri, joven vasca, llegó al aeropuerto de Barcelona, procedente de París. Iba acompañada de un amigo, un joven chileno. Cuando comenzaron a revisarle el equipaje, no mostraba ningún nerviosismo. «Padezco de diabetes, y necesito tomar insulina. ¿Me permiten hacerlo?» preguntó en la aduana.
Le dieron permiso para aplicarse ella misma una inyección de insulina ante el personal de seguridad. Después de aplicarse la insulina, sacó un frasquito de su bolso. «Es un medicamento —aclaró— que debo tomar junto con la insulina.»
Vertió el contenido del pequeño frasco en una cuchara grande, y se lo bebió todo de un trago. Acto seguido, volvió a la fila de pasajeros. Pero a los pocos momentos sufrió un vahído y cayó desplomada al suelo. Había sido víctima de un colapso cardíaco porque lo que había bebido era cocaína pura, valorada en diez mil dólares. La combinación de la cocaína y la insulina le había paralizado el corazón.
¡Es increíble lo que algunos son capaces de hacer para pasar objetos de contrabando! Tratando de pasar inadvertidos por las aduanas del mundo, arriesgan la libertad y la vida misma en su dedicación al tráfico de drogas o de joyas que dejan una buena ganancia. Y todo eso para no tener que trabajar sino ganar mucho de una sola vez, de una manera fácil, y darse una vida opulenta, de viajes internacionales, grandes hoteles, lujosos restaurantes, ropas costosas, joyas y billeteras repletas de dinero.
Muchos, al igual que Visitación, pagan con la salud, la vida y la libertad el pasar objetos de contrabando a fin de ganar unos cuantos miles de dólares. Pero conste que si no pagan en esta vida el mal que hacen, lo pagarán en la venidera. Pues cuando lleguen a la aduana de la eternidad, les revisarán el equipaje los ángeles, que son agentes insobornables e inflexibles.
Cristo ofrece otra clase de vida. No es una vida de oropel, que imita el oro, sino de oro puro. A los ojos de muchos, tal vez parezca deslucida por ser una vida sencilla, recatada y sobria, de trabajo, de humildad, de esfuerzos, de sacrificios y de lucha. Pero no deja de ser, a la vez, una vida sumamente rica por su esencia espiritual, digna de recibir una recompensa insuperable.
A eso se refería Cristo cuando dijo: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho.»1
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Mt 16:25‑27 |