¿Rayos o amparo?
Vieja: ¿A ti te gusta tu marido?
Yerma: ¿Cómo?
Vieja: ¿Que si lo quieres? ¿Si deseas estar con él?…
Yerma: No sé.
Vieja: ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando acerca sus labios? Dime.
Yerma: No, no le he sentido nunca…. Mi marido… me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Ésta es la pura verdad. Pues el primer día que me puse novia con él ya pensé… en los hijos….
Vieja: Todo lo contrario que yo. Quizá por eso no hayas parido a tiempo. Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca. Así corre el mundo.
Yerma: El tuyo, que el mío, no…. Yo me entregué a mi marido…, y me sigo entregando para ver si llega [mi hijo], pero nunca por divertirme.
Vieja: ¡Y resulta que estás vacía!
Yerma: No, vacía, no, porque me estoy llenando de odio. Dime, ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre el hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi pecho?…
Vieja: … ¡Qué criatura tan hermosa eres! Déjame. No me hagas hablar más….
Yerma: Entonces, que Dios me ampare.
Vieja: Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar.
Yerma: Pero ¿por qué me dices eso?, ¿por qué?
Vieja: (Yéndose) Aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos.1
Esta escena de la tragedia titulada Yerma, obra teatral que escribió Federico García Lorca en 1934, está preñada del tema de la maternidad frustrada. Es tal la frustración que siente Yerma, la protagonista principal, que la lleva a matar a su indiferente esposo. Tal vez Yerma hubiera soportado la desgracia de casarse con un hombre estéril sin saberlo, pero no que él le dijera que no le importaba que no pudieran tener hijos, que la vida era más dulce sin ellos y que por eso él era feliz no teniéndolos.2
En realidad, si fuera posible, el más frustrado debiera ser Dios, el mismo que nunca le cayó bien a la anciana del diálogo de García Lorca. Porque ella es sólo una de un sinnúmero de personas que le han echado la culpa de sus penas a un Dios que alegan que no existe. Lo cierto es que los culpables de nuestras desgracias somos los hombres, y el único que puede ampararnos es Dios. Si acudimos a Él, lejos de mandar rayos contra nosotros cuando los merecemos, Dios será «nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia».3
Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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1 | Federico García Lorca, «Yerma: Poema trágico», publicado en Colección Alianza Cien (Madrid, Alianza Editorial, 1996), pp. 24-27. |
2 | Ibíd., pp. 91-93 y contraportada. |
3 | Sal 46:1 |