«Un acto puramente trivial»

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Imagen por Mourner

En la América española de la primera mitad del siglo diecinueve, «el matrimonio era un acto puramente trivial —comenta el coronel del Estado Mayor de Bolívar—. Bastaba que en presencia del sacerdote los futuros desposados declarasen que deseaban estar unidos; recibían una bendición, y la cosa estaba terminada. Se casaban en cualquier parte: en la calle, en un baile.»

Así representa en sus Memorias Juan Bautista Boussingault la actitud que prevalecía en la sociedad de Lima en particular, y en la de la Gran Colombia en general, frente a la institución del matrimonio. Parece haber influido en ella la embriaguez y la soberbia que suelen permear el ambiente luego del soplo glorioso de una victoria tan importante como la de la Batalla de Ayacucho.1

¿Quién hubiera pensado que las exigencias morales de aquella sociedad «liberada» tenían la manga tan ancha como las de la sociedad moderna? Las diferencias entre las dos se limitan a aplicaciones específicas que no son fundamentales, como la tendencia actual a reemplazar en los votos matrimoniales la cláusula tradicional «hasta que la muerte nos separe» con «hasta que ya no sintamos amor el uno por el otro». La verdad es que da lo mismo que se trivialice la ceremonia de bodas en sí o que se le reste importancia a los votos. En este caso lo que distingue a la sociedad que da por sentado su independencia de la que acaba de obtenerla después de haber luchado por ella es que la una cambia la forma, mientras que la otra cambia la fórmula. Así que en vez de lamentarnos de que las cosas van de mal en peor, debiéramos reconocer lo atinado que es el refrán que dice: «No hay nada nuevo bajo el sol.»2

Ahora bien, de lo que sí debiéramos lamentarnos es que mientras la humanidad avanza en el conocimiento, se queda estancada en la moral. Pero eso no debiera sorprendernos, pues se debe a una cuestión que sí es fundamental: Todos hemos heredado de nuestros primeros padres una naturaleza pecaminosa que procura satisfacer sus propios deseos egoístas.3 Esa naturaleza impide que disfrutemos de los más exquisitos deleites que Dios nos ha preparado. Nos hace pensar que el matrimonio que Él instituyó tiene el propósito de someternos a los deseos de otra persona. Y esto porque no comprende que Dios diseñó la relación conyugal con el fin de que tuviéramos con quien compartir el incomparable placer de la intimidad física, emotiva y espiritual.4

¿Por qué no contribuimos a levantar la moral de nuestra sociedad? En lugar de reducir el matrimonio a un acto trivial, hagamos nuevos votos en un lugar solemne en presencia de Dios. Declarémosle a Cristo que deseamos estar unidos a Él, y así Él podrá bendecir nuestra unión conyugal.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Juan Bautista Boussingault, Memorias (París: Chamerot y Renouard, 1903); citado por Jorge Bayley Lembeck, trad., en el «Suplemento Literario Ilustrado» de El Espectador (Bogotá: marzo de 1927), No. 5.504-118; citado por Alfonso Rumazo González en Manuela Sáenz: la Libertadora del Libertador, 6a ed. (Caracas: Ediciones EDIME, 1962), p. 144.
2Ec 1:9
3Ro 8:1‑17; 13:13‑14
4Gn 2:24; Mt 19:5‑6; Mr 10:6‑9; Ef 5:21‑33

Un Mensaje a la Conciencia

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