Una cita inolvidable

(Aniversario de la Muerte de José Martí)

Son dos de nuestros poetas más famosos, y sin embargo pocos saben cómo influyó el uno en la vida del otro y cómo fue que se conocieron. Sucedió en Nueva York, donde José Martí, conocido como el «Maestro», tenía que dar un discurso ante una asamblea de cubanos durante lo más arduo de su labor revolucionaria. Antes de hacerlo, había mandado a decirle a Rubén Darío, quien acababa de llegar a la ciudad procedente de Panamá, que deseaba verlo en Harmand Hall, el lugar donde iba a dar el discurso.

«Yo admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único —declara Darío en su Autobiografía—. [Lo] había conocido por aquellas formidables y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como La Opinión Nacional de Caracas, El Partido Liberal de México y, sobre todo, La Nación de Buenos Aires. [Martí] escribía una prosa profusa, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de un alto y maravilloso poeta.

»[Así que] fui puntual a la cita —cuenta Darío—, y en los comienzos de la noche… me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y que me decía esta única palabra: «¡Hijo!» …. Como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos discursos de su vida, el éxito fue completo y aquel auditorio… [lo] aclamó vibrante y prolongadamente.

»Concluido el discurso, salimos a la calle…. Luego fuimos a tomar el té a casa de una [amiga suya]… Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado… un conversador tan admirable. Era armonioso y familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él momentos inolvidables, luego me despedí…. No [lo] volví a ver más.»1

Posteriormente, en su obra titulada Los raros, publicada en 1896, Darío le rinde homenaje al héroe de la independencia cubana y lamenta su muerte como la de un mártir inmolado por una magna causa: «Y ahora, maestro y autor y amigo… la juventud americana te saluda y te llora; pero, ¡oh, maestro!, ¿qué has hecho?»2

Así como Rubén Darío, también nosotros tenemos una cita que nos espera. Sólo que la nuestra no es con un hombre extraordinario, conocido como el «Maestro», hecho a imagen y semejanza de Dios, sino con un Dios extraordinario que envió al mundo a su Hijo Jesucristo, conocido también como el «Maestro», para que se hiciera hombre a imagen y semejanza nuestra y muriera en nuestro lugar a fin de liberarnos del pecado que nos separa de Él. Determinemos entonces, al igual que Darío, ser puntuales a la cita que tenemos con Él en los comienzos de la noche de nuestra vida, pero no para encontrarnos con Él como el Juez justo al que no conocemos, sino como nuestro amante Salvador con el que hemos conversado a diario y hemos pasado momentos inolvidables. Sólo así podremos encontrarnos entre los brazos del Dios grande que irradia amor y que con voz dulce y fuerte nos llama: ¡«Hijo!» o: «¡Hija!», y podremos conversar con Él eternamente.3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Rubén Darío, Autobiografía, Cap. XXXI (Madrid: Editorial «Mundo Latino», Vol. XV de las Obras Completas, 2019), pp. 107-11 <http://rubendariodigital.magazinemodernista.com/descargas/RubenDario15.pdf> En línea 3 enero 2020.
2Mercedes Serna Arnaiz, «Encuentros y desencuentros entre José Martí y Rubén Darío», Cuadernos Hispanoamericanos, 1 octubre 2016 <https://cuadernoshispanoamericanos.com/encuentros-y-desencuentros-entre-jose-marti-y-ruben-dario> En línea 3 enero 2020.
3Jn 1:1-14; 3:16; Fil 2:5-8

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