UNA MALDICION

Una maldición

Sin embargo, al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser Justificados por la fe en él y no por las obras de la ley; porque por estas nadie será justificado (Gálatas 2: 16).

LAS PERSONAS QUE CREEN que se pueden justificar ante Dios por obras meritorias, corren el riesgo de caer bajo maldición. Una cosa es estar bajo la maldición de los hombres; otra muy distinta es estar bajo la maldición de Dios. La maldición de los hombres puede destruir tu cuer­po, pero eso es todo; la maldición de Dios puede destruir tu alma, y por con­siguiente puedes perder la vida eterna. No es un riesgo de poca monta. Después de todo, es una distorsión del evangelio de Cristo.
Los que tratan de hallar la salvación por méritos propios corren otro ries­go también muy peligroso. Dice Pablo que es el riesgo de caer de la gracia. ¡Qué tremendo! Ahora nos damos cuenta por qué los que invocan la justificación propia están bajo maldición. ¡Es que se han desligado de Cristo! Cristo es el único medio que Dios proveyó para la redención del ser humano. Fuera de Cristo, entonces, no hay salvación. Así que los que dicen que se pueden sal­var por sus propias obras, desdeñan la salvación que Dios les ofrece. Despre­cian el sacrificio de Cristo provisto en lugar del pecador. Que los que creen en la justicia por obras se pierdan, no es para sorprenderse: Es el resultado natural de despreciar el sacrificio infinito de Dios por el pecador.
El apóstol considera que esa actitud implica romper con Cristo. Es, para todo fin práctico, darle la espalda a Cristo. Es como decirle: «Tú moriste por mí, pero, en realidad, no era necesario. Yo tengo otra forma como se podría haber logrado. He descubierto algo mejor». Las consecuencias de esta actitud son terribles. Dice Pablo que es caer de la gracia. La gracia es la bondad ma­ravillosa de Dios que nos ofrece la salvación a través de lo que Cristo hizo. Caer de la gracia es rechazar esa oferta. ¡Con cuánto cuidado debiéramos conside­rar nuestra experiencia cristiana para no caer en este error fatal!

Que Dios te bendiga, oramos por ti!

Febrero, 23 2010

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