Imagen por Stephen Braund

(Antevíspera del Día Mundial sin Tabaco)

En 1492, a bordo de la Santa María, Rodrigo de Jerez cruzó el Atlántico en el viaje de descubrimiento de América, y el año siguiente, a bordo de La Niña, regresó a su casa en Ayamonte, Huelva, España, donde nació y murió. Pero lo que habría de cambiar su vida durante ese viaje no fue el descubrimiento del «nuevo mundo» ni de los indígenas que lo habitaban. Fue más bien su descubrimiento de lo que esos nativos hacían con las «hojas secas que desprendían una peculiar fragancia» que les ofrecieron a los españoles. Es que, como parte de una comitiva nombrada por Cristóbal Colón, Rodrigo fue uno de los primeros en ver en la isla de Cuba cómo los indígenas «traían unos rollos de yerbas secas encendidas por un extremo, mientras por el otro se lo acercaban a la boca para aspirarlo, después de lo cual despedían de ella una nube de humo». A esa «especie de caramillo» la llamaban tabaco, nombre que los europeos le darían posteriormente a la planta misma.1

 Al igual que los más conocidos conquistadores de la época, Rodrigo de Jerez no volvió a su tierra natal con las manos vacías. Sólo que a él no se le recuerda por haber regresado cargado de oro, sino más bien con un buen cargamento de aquellas «hojas secas que desprendían una peculiar fragancia». Es que había adoptado el hábito él mismo con tanta soltura que comenzó a fumar el tabaco en público y a cultivarlo en su huerto. Denunciado ante la Santa Inquisición como «pecador e infernal» por echar humos, lo condenaron a prisión porque consideraban que se trataba de una actividad satánica.2 «Sólo el diablo podía dar a un hombre el poder de echar humo por la boca», arguyeron los inquisidores.3

«Llevado al extremo —comenta el bloguero español Manuel J. Prieto, autor de Curistoria—, bien podríamos concluir que fumar lo paga uno con la vida, en muchos casos. Rodrigo de Jerez lo pagó con la cárcel, y no con una noche en el calabozo…. Cuando salió, habían pasado siete años, tiempo en el que el vicio de fumar se había extendido y ya no era tan extraño ver a un hombre echar humo por la boca.

»Supongo que Rodrigo de Jerez sí que echó humo cuando vio que otros fumaban sin problema y a él le había costado siete años de presidio», concluye Prieto.4

Si hay algo que debiéramos aprender de casos curiosos como éste es que casi siempre nos equivocamos cuando le echamos la culpa al diablo de cosas extrañas o extraordinarias o incomprensibles para nuestra mente limitada. En la mayoría de estos casos, en lo que sí tendríamos razón sería en concluir que él, como enemigo de nuestro bienestar presente y futuro, se complace más que nadie cuando nos entregamos a cosas tales como los vicios y los malos hábitos, que sólo nos auguran malestar y muerte. Jesucristo mismo nos advirtió que Satanás, como ladrón que es, «se dedica a robar, matar y destruir». Pero, gracias a Dios, Cristo también nos aseguró que Él vino para que tengamos vida, y para que la vivamos plenamente.5 Más vale, entonces, que le demos a Jesucristo el control de nuestra vida.

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
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