«Ya la muerte no me espanta»

(Día Internacional de la Salud)

«Cae la tarde del lunes 30 de marzo de 1857. En una habitación primorosamente adornada, en la [ciudad de Montevideo], yace el doctor Rymarkiewicz… enfermo de gravedad. La fiebre amarilla prosigue su tarea….

»En completo silencio, entra una figura… delgada, pequeña, de pelo negro… y ojos de color miel…. Luchando contra la debilidad y el dolor, Rymarkiewicz se incorpora, alza… la mano, trata de detener a esa figura que se aproxima y en un hilo de voz dice:

»—No…

»Y cae vencido. Su esposa Gabriela, recién llegada desde Buenos Aires, se apresura hacia él… se sienta, toma esas manos amarillentas y enjutas entre las suyas, delicadas, blancas y suaves, y estampa un largo beso en la frente de su esposo….

»—¡No… Gabrielita —exclama desesperado—; tú aquí, no… por favor! … En esta ciudad está la Muerte. ¡No te quedes, por Dios; te lo suplico! Debes…

    »Ella lo mira y sacude la cabeza; se muerde el labio inferior y sus ojos anegados en lágrimas lo inundan de amor.

»—No me pidas que te deje —responde—, porque no me iré de tu lado. Voy a estar contigo hasta el fin, y si es mi tiempo para seguirte por ese camino, tanto mejor para mí…. No tengo reproches, no tengo reclamos. Sé que hiciste… lo que consideraste tu deber como médico y como ser humano. Ahora… —reprime un sollozo—… sólo déjame estar contigo. Es lo único que deseo, porque te amo.

»—Y yo te amo a ti, mi Gabrielita.

»Algunas horas después, poco antes de la medianoche, Rymarkiewicz habló a su esposa, abrazada ella a su brazo izquierdo.

»—Gabriela… te he visto antes de morir. Ya la muerte no me espanta, pues he visto tu rostro, el más querido en el mundo para mí. Haga ahora Dios conmigo según su voluntad…

»Rymarkiewicz levantó [los] ojos y dijo:

»—Jesús, Señor del mundo… aquí estoy….

»… [El doctor] Velasco… hizo el amargo y breve trabajo de certificar la muerte….»1

A modo de epílogo, el médico y profesor uruguayo Álvaro Pandiani, en el último capítulo de esta novela histórica suya titulada Columnas de humo, constata que una de las más de mil víctimas de la epidemia de fiebre amarilla que diezmó la población de Montevideo entre marzo y mayo de 1857 fue, en efecto, el «legendario… médico polaco Maximiliano Rymarkiewicz, de vida novelesca: había empuñado las armas por la libertad de su patria, fue luego voluntario en las luchas italianas, médico en París y periodista en Buenos Aires».2

Quiera Dios que esa vida heroica nos inspire a amar al prójimo al extremo de dar la vida por él. De ser así, también nosotros seguiremos el ejemplo del Hijo de Dios, Jesucristo el «Señor del mundo», al que aquel «legendario médico polaco» se entregó en su lecho de muerte. Pues Cristo es el Médico divino que nos amó tanto que se entregó a la muerte de cruz por nosotros.3

Carlos Rey
Un Mensaje a la Conciencia
www.conciencia.net


1Álvaro Pandiani, Columnas de humo (Nashville, TN: Grupo Nelson, 2009), pp. 247-49.
2Washington Reyes Abadie y Andrés Vásquez Romero, «Caudillos y doctores (II)», Crónica general del Uruguay (Montevideo: Ediciones de Banda Oriental, 1999, Tomo IV, pp. 393-94, fuente citada en Pandiani, Columnas de humo, pp. 269-70.
3Jn 10:17-18; 15:13; Ef 5:1-2; Fil 2:5-8

Un Mensaje a la Conciencia

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