Desayuno espiritual

“Gustad y ved que es bueno Jehová. ¡Bienaventurado el hombre que confía en él!” (Salmo 34:8).

IMAGINE QUE está hambriento y no tiene nada que comer. En 1969, en el mundo murieron de hambre diez millones de personas. En 1997 la Cruz Roja alemana informaba que solo en Corea del Norte murieron de hambre dos millones de personas. El sitio web CNNhealth.com informa que en 2009 uno de cada seis habitantes del mundo pasaba hambre.
Sin comida ni agua para beber, la gente muere. Se considera que quienes no comen lo suficiente están desnutridos, lo que los convierte en víctimas fáciles de las enfermedades. El hambre es una tragedia de proporciones inmensas.
Muchos cristianos pasan hambre innecesariamente. Quien se está muriendo de hambre o está desnutrido lo sabe. Lamentablemente, es posible que las personas desnutridas espiritualmente no se den cuenta de ello o piensen que se las arreglarán para sobrevivir en cualquier situación. Podría­mos decir que padecen “anorexia espiritual”. La anorexia es un trastorno que tiene una base emocional e impide, a quien la padece, comer alimentos en cantidades normales. Un anoréxico aprende a vivir sin comer y, tarde o tem­prano, acaba por perder el apetito.
Estoy seguro de que usted, apreciado lector, ya sabe qué diré a continuación. Hay personas que, en lugar de hambre y sed de justicia, han apren­dido a sobrevivir sin alimento espiritual. En consecuencia, su vida espiritual se consume. Sin embargo, los que tienen hambre y sed de justicia quedarán saciados con su ración diaria de la Palabra de Dios y la oración. Tienen una vida de adoración fiel y activa porque dedican un tiempo de calidad a Jesús.
Algunos cristianos dicen que no tienen tiempo para estar con el Señor. Suena extraño, porque, en apariencia, tienen mucho tiempo para lo que con­sideran que es importante para ellos. Otros dicen que en el pasado no fueron fieles pero que ya recuperarán el tiempo perdido. Esto es imposible, porque el día solo tiene veinticuatro horas. Es imposible recuperar el tiempo perdido; por lo que no queda más remedio que tomarlo del destinado a cualquier otra actividad. Esto significa que de la vida habrá que quitar algo de menor importancia.
Jesús nos invita a desayunar espiritualmente con él cada día. Cuando acep­temos su invitación podremos “gustar y ver que es bueno Jehová” (Sal. 34:8).

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