Morireís

ero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Génesis 3:3.

La advertencia divina era clara: ¡Moriréis! A pesar de eso, Adán y Eva escogieron el camino de la desobediencia. Si pudiésemos resumir, en una palabra, lo que es el pecado, la palabra sería rebelión. En el cielo, Satanás se rebeló en contra de Dios, y en el Edén, Adán y Eva también se rebelaron contra el Creador.

Al leer el relato de la entrada del pecado en este mundo, la idea de la re­belión es clara; a pesar de que esta palabra no es usada. Pero, cuando Eva de­cidió ser dueña y señora de su propio destino, se estaba rebelando en contra de Dios; ella decidió confiar en la palabra del enemigo. Creyó que realmente Dios no deseaba su crecimiento; que la limitada a la esfera humana, privada de niveles superiores de desarrollo. Y, entonces, se colocó contra el orden de las cosas establecido por Dios.

El pecado de Adán podría ser considerado peor, si existiera un pecado peor que el otro. Adán pecó conscientemente. Eva fue engañada, y creyó en las mentiras del enemigo. Pero Adán decidió, a propósito, morir con Eva, y con esta actitud también se rebeló contra el Creador.

Entonces, apareció el resultado inmediato de la rebelión: el ser humano empezó a deteriorarse, a descomponerse, a entrar en putrefacción espiritual. La palabra traducida como “morir”, Shachat, en hebreo, da la idea de un cadáver que entra en lenta, pero irreversible, descomposición. Eso empezó a suceder con Adán y con Eva: comenzaron a deteriorarse, tanto física como espiritualmente.

El primer sentimiento extraño que surgió en el corazón de ellos fue el del miedo. Se escondieron de Dios; ellos abandonaron a Dios, y Dios los dejó. Ellos se rebelaron: echaron a un lado los consejos divinos; decidieron escoger su propio camino. Y, para vivir la vida de ese modo, nada mejor que irse lejos de Dios.

Pero, las consecuencias fueron más allá de la simple separación de Dios: empezaron a separarse entre sí. Comenzaron a discutir, a acusarse, a sentirse solos, tristes, avergonzados. Todo eso formaba parte del deterioro espiritual, al que voluntariamente se habían condenado.

¿Hay solución para este drama? ¡Hay, sí! Jesús es la vida: la desobediencia trajo la muerte, pero Jesús trajo la vida. Ahora, solo resta correr a los brazos de Jesús, y encontrar nuevamente la vida. Pero, recuerda: “pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le toca­réis, para que no muráis”.

 

 

Dios te bendiga,

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